Posiblemente, el concepto de multipolaridad es el más difuso y debatido en las Relaciones Internacionales contemporáneas. Tanto para sus defensores como para sus críticos, la multipolaridad representa un desafío conceptual y epistemológico. Si, por un lado, vemos autores, analistas y políticos que abogan por un sistema internacional multipolar, esas mismas posturas se ven contraatacadas por la negación frente al surgimiento de distintos polos de influencia en la geopolítica contemporánea. Se puede considerar que exista una razón ideológica, o voluntad política incluso en el ámbito académico, para rechazar la diversificación en las relaciones internacionales. Brooks y Wohlforth (2023) sostienen que, a pesar de haberse reducido en siglo XXI, la hegemonía de los Estados Unidos se mantiene intacta, conservando un orden unipolar que sería evidente en términos de poderío económico
–producto interior bruto– y gasto militar, asociado por ende al poderío armamentístico. Es decir, ciertos internacionalistas parecen sugerir que había más distribución del poder durante la bipolaridad de la Guerra Fría, con Estados Unidos y la Unión Soviética, que en la actualidad. Estos argumentos, difundidos y consensuados en el Norte Global, son en realidad
1El autor agradece a FLACSO Argentina y al Programa de Estudios Internacionales de la Universidad de la República, Uruguay, por el apoyo durante la elaboración de este trabajo.
2Alberto Maresca, Máster en Diplomacia y Relaciones Internacionales por la Escuela Diplomática de España. Actualmente, estudiante de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Georgetown University, Washington, DC, Estados Unidos, donde es también auxiliar docente y asistente de investigación: aa2689@georgetown.edu.
la comprobación de la multipolaridad del sistema internacional. Pensemos en la reiterada perpetración de la dudosa idea de una Segunda Guerra Fría. Trátese de un concepto que identifica una bipolaridad a escala global, donde la disputa entre los Estados Unidos y la República Popular China, de carácter económico-militar, primaría sobre la mayoría de los países del mundo, relegados a observar y escoger qué bando tomar. Aquellas posturas guerrafriistas, se puede debatir, contienen un valor hegemónico e imperialista intrínseco.
El desdén frente a la mayoría del mundo, en términos cuantitativos, parece ser un intento de retomar la victoria del liberalismo sobre el socialismo, en un extraño hilo que conectaría los años 1990 al día de hoy. La finalización de la historia dado el triunfo liberal anglosajón, así como propiciado por Fukuyama (1989), no ha terminado su vigencia en círculos intelectuales y políticos de sumo prestigio. Centrándonos en el caótico, cambiante y dinámico contexto mundial, vemos que la multipolaridad se ha generado por efecto del exceso de hegemonía. No existen precedentes históricos o épocas previas que ofrezcan analogías para observar el mundo de hoy con lentes pertenecientes al pasado. Tomemos el caso de América Latina y el Caribe. La región sigue siendo un foco de atención para Estados Unidos, contrariamente a algunas consideraciones que percibirían un alejamiento total de Washington frente a Latinoamérica. Si la política exterior de la Casa Blanca permanece en el paradigma de la Guerra Fría, sea en las Américas o en resto del mundo, ello no implica que el sistema internacional sea, de facto, bipolar. La estrategia de Estados Unidos para América Latina se nombra y ejerce negando la multipolaridad, con propuestas para un Plan Marshall que, procediendo del Comando Sur, competiría militar y económicamente con las ambiciones de China y Rusia (Vlahos, 2024). Si bien es evidente que China sea el principal contrincante en la región, no es el único actor al cual América Latina está mirando. No hablamos de un cambio solamente fruto del desvío de la atención estadounidense o del acrecido interés chino. La multipolaridad hace que América Latina, dependiendo del sesgo ideológico de algunos gobiernos nacionales, sea naturalmente interesada en la diversidad de procesos políticos y económicos que acontecen en el resto del mundo. Las mismas elecciones presidenciales estadounidenses, anteriormente un evento crucial para América Latina, no gozan más del mismo determinante.
Diversificación es la palabra clave para describir las necesidades de América Latina. La región intenta buscar socios afuera del Norte Global. Esto no se produce por alguna
macroestrategia ideológica o por mero antiamericanismo. Al contrario, América Latina se está afirmando como un stakeholder autónomo, independiente y emancipado gracias a la multipolaridad. Mirar a la presencia china como única faceta de los vínculos alternativos presentes en Latinoamérica se demuestra insuficiente. Más países de África, Oriente Medio y Asia están estrechando sus lazos con América Latina, al haberse abierto nuevas oportunidades y desafíos comunes propios de la multipolaridad. Si Türkiye, Emiratos Árabes Unidos o la India buscan fortalecer los nexos con la región, la razón yace en la persistencia de un sistema político y económico internacional basado en centros y periferias. Wallerstein (2005) nos diseñaba un mecanismo mundial compuesto por periferias que producen materias primas para satisfacer las necesidades del centro. En el sistema-mundo de Wallerstein, las relaciones horizontales entre periferias y semiperiferias se ven enormemente limitadas. La actualidad nos dice que, desde una perspectiva primariamente económica, la reducción en la tasa de ganancia de los Estados Unidos y del Norte Global, junto al auge de Brasil, China, India, Rusia y los demás miembros de los BRICS, hacen del eje periférico un polo emergente y de influencia global. En la próxima cumbre de los BRICS, programada para octubre de 2024 en Kazán, Rusia, podríamos ver una ampliación adicional del foro que involucre a América Latina, con particular referencia a Bolivia, Colombia, Cuba y Venezuela. Ahora bien, el debate sobre la multipolaridad, con la existencia de un centro y varias periferias, se conecta con otros abordajes teóricos. Parece obtener más aceptación la categorización del centro como Norte Global, entendiéndose por Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Japón y los países de la Unión Europea. Sin embargo, es el concepto de Sur Global como representante de la periferia que todavía padece de reticencias. El Sur Global ha de comprenderse adentro de una determinada visión del mundo, la cual reafirma la existencia de relaciones de dependencia. La propia Teoría de la Dependencia es quizás el único legado de la Guerra Fría apto para explicar el inestable escenario internacional de nuestros tiempos. El ímpetu de participación que la mayoría del mundo está expresando, no puede debidamente analizarse sin detenerse en las trabas al desarrollo que la dependencia ha generado para todo el Sur Global. Las condiciones, posibilidades y niveles de desarrollo se encuentran en indudable desequilibro adentro del mismo Sur Global; algo que no limita ni invalida la existencia del mismo. Es la estructura de los esquemas políticos y económicos que acomuna los países de América Latina, África y Asia: el nuevo centro en la multipolaridad.
Hablar de América Latina y de política exterior con carácter unitario es equívoco. El objetivo aquí es trazar ideas sobre algunas tendencias en las actuales relaciones internacionales latinoamericanas, reconociendo y subrayando los amplios diferendos existentes en la región. Entre los internacionalistas latinoamericanos, la Teoría de la Dependencia no ha siempre gozado de consenso. Juan Carlos Puig (1984), critico de los dependendistas, sin embargo, alertaba sobre la necesidad académica y política de formar marcos teóricos autónomos para la política exterior en América Latina, evitando de emular los modelos procedentes de otras latitudes. Ahora bien, las contribuciones económicas de la Teoría de la Dependencia se pueden criticar, revisar o refutar en su conjunto. Procurando aplicar la Teoría de la Dependencia al campo internacionalista podemos ver que, en la realidad contemporánea, el auge del Sur Global es un producto de la propia dependencia. La reunión brasileña del G20 de este año es otra oportunidad de análisis al respecto. Desde los setenta, el G7 se ha ofrecido como el principal espacio multilateral desde el cual mirar la dirección de las relaciones internacionales (Merino, 2024). La conformación, y no aparición, del Sur Global con su amplio alcance, viene entonces representada por el reemplazo en la centralidad que el G20 ha logrado con respecto al G7. Las siete economías anteriormente centrales en el sistema internacional: Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido, mantienen su estatus de forma parcialmente ceremonial, anclándose a llamados logros macroeconómicos que ocultan su bajo crecimiento, importante tasa de desempleo (el caso de Italia) y déficit demográfico (Japón). Adicionalmente, la supuesta cúspide político-económica global puede difícilmente promover estándares de gobernabilidad democrática, véase la radical polarización política en Estados Unidos.
El G7 excluye y omite a la mayoría del mundo, que se encuentra en desarrollo y crecimiento, excepto por invitaciones figurativas, como ha sido el caso de Argentina, Brasil y la India durante la última cumbre en Apulia. Por otro lado, notamos que las semiperiferias, nuevamente Brasil y la India, ponen particular énfasis en liderazgo del Sur Global alrededor de temas centrales, como el desarrollo económico, la cooperación en materia agrícola y numerosos esfuerzos medioambientales, en tanto que tópicos fundamentales para el G20 (Saha y Bhardwaj, 2024). ¿Podemos realmente entender las recientes iniciativas del Sur Global y del G20 afuera de una historia continuada de dependencia? Recordemos que la
misma Teoría de la Dependencia ha contado con una riquísima diversidad intelectual en sus formulaciones, desde la inicial fórmula cepalina de Raúl Prebisch hasta las variadas corrientes, no marxistas y marxistas, que incluyeron a André Gunder Frank, Ruy Mauro Marini, Theotônio dos Santos, Fernando Henrique Cardoso, Enzo Faletto, Vânia Bambirra, Carlos Eduardo Martins y Claudio Katz. De por sí, el desarrollo epistemológico y la difusión de la Teoría de la Dependencia han sido procesos internacionales, atrayendo científicos sociales distantes de América Latina, como Samir Amin y Vijay Prashad, entre otros. La estructura de dependencia ha sido y sigue siendo una condición real para los países del Sur Global, empujando los actores de la multipolaridad a buscar soluciones alternativas para diversificar comercio y relaciones internacionales. En caso de que este análisis provocase dudas, pues deberíamos preguntarnos por qué el proyecto de los BRICS ha desatado tanto ruido e interés en las Relaciones Internacionales, entendidas como disciplina académica, pero también para los Estados nacionales.
La fase de enlargement que los BRICS siguen viviendo no responde a alguna forma de dogmático alineamiento ideológico. Es una mutación natural del sistema internacional, basada en el lógico acercamiento entre Estados periféricos que, por su situación de dependencia, eligen agruparse para mejor competir con los centros del poder internacional. Dicha estrategia no es válida solamente para el Sur Global en tiempos actuales. Volviendo a la composición del G7 o a organizaciones internacionales como la OTAN y la Unión Europea, recordemos que esos foros nacieron para que los Estados, fuesen potencias medias o pequeñas, pudiesen cartelizarse para enfrentar desafíos comunes. La diferencia es que, en los organismos multilaterales de corte occidental y liberal, la vinculación a la hegemonía estadounidense es el faro que constituye aquellos grupos. Por más que quiera verse un papel similar jugado en términos económicos por China, los BRICS, el G20 o el G77 no presentan el mismo consenso en valores políticos o comerciales. La agenda internacional del Sur Global, que seguramente tiene en China su mayor impulsador, se basa en descomponer la relación de dependencia que, con distintas formas y variados niveles, ha contribuido al subdesarrollo de la mayoría de la población mundial. La política exterior latinoamericana se encuentra, a raíz de lo expuesto, en una verdadera encrucijada. La región sigue padeciendo, en gran parte, una de las peores consecuencias que proceden del sistema político presidencial. Los virajes ideológicos que América Latina vive con cadencia de cuatro, cinco o seis años
(México), mutan tanto los ejecutivos como las relaciones internacionales de muchos países latinoamericanos. Cabe por supuesto reflexionar, entre varios asuntos, sobre la decisión de Javier Milei de rechazar la invitación a los BRICS para la Argentina. Las necesidades que llevaron los BRICS y la Argentina a sonreírse recíprocamente podrían en futuro no ser más urgente para los BRICS, pero es probable que lo seguirán siendo para Buenos Aires. La continua expansión de los BRICS, junto con la hostilidad del actual gobierno argentino hacia muchos integrantes del foro, como Brasil, China, Irán y Rusia, por el apoyo vocal de Milei a Ucrania, son elementos suficientes para suponer que la alianza del Sur Global no volverá a abrir sus puertas a la Argentina. Insistiendo en el contexto argentino, pero siendo un aporte extensible a todas América Latina, salir de la dependencia significa salir de la subordinación hacia lo extranjero (Katz, 2022). Nada asegura que una política exterior horizontal o definida mediante el vector Sur-Sur garantice autonomía e independencia. Frente a China, aquellos países sudamericanos más conectados con Pekín, como Brasil, Perú, Uruguay y también Argentina, deberían formular posturas pragmáticas, profesionalizando su proyección internacional de cara al actual escenario de multipolaridad.
El foco en el Cono Sur puede resultar apropiado para debatir sobre las relaciones internacionales de los Estados periféricos y semiperiféricos que lo componen. Concretamente, un país en evidentes condiciones periféricas es el Paraguay, cuya política exterior mantiene un rumbo meramente ideológico-conservador, que además de ser anacrónico, tampoco conlleva el tanto esperado efecto derrame para el desarrollo. El caso paraguayo es interesante principalmente por su cuestionable relacionamiento con Taiwán. En tanto que país periférico, el Paraguay parece todavía subordinado al condicionamiento frente al Norte Global, lo cual le impide, por ejemplo, el acercamiento a Pekín. Un Estado exportador de materias primas como el Paraguay, en cuanto a carne y yerba mate primariamente, pierde la oportunidad de acceder al mercado chino por incapacidad de diversificación e independencia en su política exterior. La falta de agencia en la arena internacional no es una exclusiva de Asunción; más bien se trata de un legado persistente de la dependencia hacia las potencias centrales, en este caso los Estados Unidos.
No sólo las periferias, sino también las semiperiferias del Cono Sur, y sus actuales relaciones internacionales, merecen de especial atención para ubicar la dependencia y las reacciones que la misma ha desatado. Cuando empezaron a llover las críticas más contundentes hacia los aciertos de la Teoría de la Dependencia, los síntomas iniciales del desarrollo brasileño, sudcoreano y taiwanés se utilizaron como prueba de los errores de los teóricos marxistas (Godfrey, 1980). En otras palabras, Godfrey anticipó aquellas tesis que vinculan la inserción en el comercio internacional y la apertura al mercado como no solo la única vía para el desarrollo, sino también una estrategia eficaz para la política exterior del Sur Global. Los problemas en el crecimiento, exacerbados por la dependencia, han llevado a Brasil hacia otro tipo de relaciones internacionales. Su papel fundamental para América Latina y el Sur Global, explícito en el G20, en la agenda medioambiental y en las acciones en Naciones Unidas de cara al conflicto en Gaza, no puede desasociarse de ciertas tendencias políticas. Concretamente, el presidente Lula encabeza una estrategia alternativa para las relaciones internacionales latinoamericanas. Washington no representa más la prioridad, sino que son las oportunidades del mundo multipolar en ocupar las urgencias del mandatario brasileño y de otros presidentes, como Petro, particularmente frente a las cuestiones de Cuba y Venezuela (Ellner, 2023). La multipolaridad representa, de hecho, un parcial antídoto frente a la dependencia del Sur Global. Si bien estos nuevos paradigmas parecerían ser solo hijos de la contemporaneidad para el Cono Sur, podemos afirmar que en realidad se trata de la continuación de un proceso de carácter histórico.
La hegemonía estadounidense, reproducida mediante la expansión del libre mercado y el apego a las instituciones de Bretton Woods, en particular al Fondo Monetario Internacional, se encuentra en una crisis de consenso y legitimidad desde varias décadas (Borón, 1994). La transición del orden internacional acarrea desafíos relevantes para el Cono Sur, y toda América Latina, en cuanto a una diversificación que no termina de chocar con el personalismo presidencial todavía latente. El alineamiento hacia un supuesto Occidente de la Argentina de Milei es la evidencia más ruidosa de las dificultades aún tangibles en las relaciones internacionales latinoamericanas. Es utópico creer que exista alguna fórmula exacta para salir de la dependencia subdesarrollista. No obstante, en las Relaciones Internacionales, es posible empezar a ver los proyectos que, desde el Sur Global, pueden por lo menos incentivar diversificación y autonomía en política exterior. Los BRICS significan,
por supuesto, el comienzo de un camino hacia la horizontalidad de las relaciones internacionales latinoamericanas. Algunos estudiosos argumentan que los BRICS pueden reforzar el multilateralismo y las relaciones macroeconómicas, pero sin realmente proporcionar soluciones para el subdesarrollo interno de exactamente Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, donde el PIB per cápita mantiene niveles reducidos y el coeficiente de Gini fotografía una amplia desigualdad (Nilsen y Von Holdt, 2019). A pesar de escepticismos y reticencias, la realidad del tablero geopolítico actual es que esos mismos países han adquirido un grado de influencia internacional que sin los BRICS no hubiera sido posible. Alternativamente, no podríamos categorizar la aspiración de ingreso a los BRICS de varios países del Sur Global, cada uno por distintas razones y necesidades. Para América Latina, el acercamiento a los BRICS no implica la destrucción de los lazos con Estados Unidos o la Unión Europea. Refiriéndose a Türkiye, Samir Amin (2016) indicaba un posible acercamiento a los BRICS de la nación otomana, causado por las falacias de un modelo neoliberal occidentalista que no ha acarreado el desarrollo doméstico. Ankara es un miembro de la OTAN, por ende cercano a los Estados Unidos y en lógica geopolítica también a la Unión Europea, especialmente a Alemania. Su posible entrada a los BRICS y la atención que está prestando a África y América Latina son ítems de una diversificación natural, en la cual el Norte Global no es el cenit ni, paradójicamente, el centro de su política exterior.
Para el Cono Sur y toda América Latina, sigue habiendo factores internos y externos que limitan la “agencia” de los países latinoamericanos en la escena global. La polarización que desde Venezuela hasta Argentina está contaminando muchos de los sistemas políticos, termina injiriendo también en las relaciones internacionales. Moviendo el binóculo de Occidente y dirigiéndole hacia Oriente, y del Norte para el Sur, la política exterior latinoamericana puede empezar a observar los cambios radicales que la multipolaridad presenta diariamente. Esos cambios conforman oportunidades para enfrentar los desafíos que la cooperación Norte-Sur y la imposición del orden liberal no han evidentemente sabido abordar. Los BRICS, el G20, el G77 y todas las iniciativas que el Sur Global está proponiendo, tienen sus raíces en la dependencia que ha afianzado el subdesarrollo para gran parte de la población mundial. Se reacciona con corrientes bastante dividas frente a esos
procesos, donde parecería complicado, para el Norte Global, aceptar los deseos autonómicos de un mundo cansado de ser tildado de Tercero. América Latina y el Caribe cuentan con el potencial y el atractivo para afirmarse en calidad de actores esenciales en la multipolaridad. Para lograrlo, no es necesario romper vínculos históricos y culturales que persisten entre la región y el Norte Global. No obstante, es posible que los entierros prematuros a la Teoría de la Dependencia y la imposición del neoliberalismo internacional hayan cegado a América Latina, apartándose de un Sur Global que horizontalmente ya empezaba a interrelacionarse pragmáticamente. La hegemonía estadounidense sobre las Américas explica parte de las razones por el alejamiento entre América Latina y el Sur Global. El caótico y anárquico sistema internacional de hoy, con sabor kantiano, empuja a América Latina a buscar soluciones alternativas y nuevas, frente a la dependencia, de forma rápida y pragmática. No existen fórmulas ni recetas, sino apuestas, las cuales se muestran en fase ascendente y cuentan con el enorme beneficio de no haberse nunca visto antes en las relaciones internacionales.
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TRABAJO RECIBIDO: 11/10/2024
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