https://orcid.org/0009-0005-6115-6580
Este artículo examina el cambio en el equilibrio de poder global, resaltando el ascenso de la República Popular China (RPC) como miembro del BRICS, especialmente después de la crisis financiera de 2008. La RPC emerge como una potencia global desafiante del dominio tradicional de Estados Unidos, con una estrategia marítima que refleja un creciente interés en la proyección de poder. El propósito principal de este artículo es analizar la posición de la RPC desde una perspectiva de seguridad internacional, haciendo hincapié en el Atlántico Sur, una región de creciente relevancia para el país asiático que ha puesto su foco de atención en los continentes africano y latinoamericano. Aunque el Atlántico Sur Occidental tuvo inicialmente un papel secundario, ha ganado gradual prominencia, especialmente por el interés en recursos naturales y la proyección hacia la Antártida. El estudio se centra en la región occidental del Atlántico Sur, con ejemplos específicos en relación con Argentina, para comprender cómo la RPC ha dirigido su atención hacia esta área y cómo ha evolucionado su participación en seguridad e intereses estratégicos.
This article examines the shift in the global balance of power, highlighting the significant rise of the People's Republic of China (PRC) as a BRICS member, especially post the 2008
* Licenciada en Relaciones Internacionales y Ciencia Política (Universidad Católica de Córdoba). Becaria interna doctoral en CONICET y doctoranda en Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario. Jefe de Trabajos Prácticos de la Cátedra de Política Exterior Argentina de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (Universidad Católica de Córdoba). E-mail: micaelakaplun5@gmail.com
financial crisis. The PRC emerges as a global power challenging traditional U.S. dominance, employing a maritime strategy indicative of a growing interest in power projection. The primary focus is to analyze the PRC's position from the perspective of international security, with emphasis on the South Atlantic, a region of increasing importance for the Asian country in both the African and Latin American continents. Despite the initially secondary role of the Western South Atlantic, it has gradually gained prominence, particularly due to the interest in natural resources and projection towards Antarctica. The study concentrates on the Western South Atlantic region, providing specific examples related to Argentina, to comprehend how the PRC has directed its attention to this area and evolved its involvement in security and strategic interests.
TRABAJO RECIBIDO: 15/4/2024 TRABAJO ACEPTADO: 26/9/2024
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Hacia mediados de la primera década de los 2000, y especialmente tras la crisis financiera internacional del 2008, se produjo un quiebre trascendental en el contexto mundial. En esta nueva coyuntura, las potencias emergentes de la región de Asia-Pacífico, con un énfasis particular en la República Popular China (RPC), adquirieron un protagonismo cada vez más significativo (Ramón-Berjano en Schulz y Staiano, p. 89). Este período ha sido caracterizado como el ocaso de la era unipolar, marcado por el declive del poderío estadounidense, y el ascenso de la RPC, destacando el constante crecimiento y una mayor participación de este último en la agenda internacional.
El propósito del presente artículo consiste en llevar a cabo un análisis acerca del posicionamiento de la República Popular China en su calidad de país miembro del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) en lo que respecta a la seguridad internacional, con especial hincapié en el escenario del Atlántico Sur. A lo largo del tiempo, la relevancia del Atlántico Sur para la RPC ha experimentado un aumento constante, sobre todo en el continente africano. Respecto al Atlántico Sur Occidental, a pesar de que ha ocupado inicialmente un papel secundario, fue ganando prominencia, emergiendo como un ámbito de creciente relevancia que, sin embargo, ha sido menos explorado y analizado en comparación con otras áreas. Este fenómeno constituye el impulsor central de esta investigación.
En este contexto, el estudio se centra en la región occidental del Atlántico Sur, con algunos ejemplos en relación a la Argentina, para comprender cómo la RPC ha dirigido su atención hacia esta área y cómo ha ido evolucionando su participación en términos de seguridad e intereses estratégicos. No obstante, es crucial recordar que esta revisión no se limita únicamente a esta subregión, ya que no se puede dejar a un lado el interés de China en el Atlántico Sur en su conjunto (en África como América Latina).
como las regiones de mayor crecimiento económico, capitalizaron su expansión y lograron incrementar su influencia política y diplomática en la arena internacional. Con la participación en diversos mecanismos de toma de decisiones globales, los estados miembros de BRICS experimentaron una notoria exposición política a nivel internacional (Giaccaglia, 2022a, p. 6).
A partir de la segunda década, una nueva fase se manifestó, caracterizada por un creciente desencanto y dudas acerca de la efectividad de las acciones emprendidas por estas potencias emergentes. Aunque inicialmente parecían inmunes a la crisis económico-financiera internacional de 2008, hacia fines de 2014, estas naciones también enfrentaron los impactos de la severa situación económica y el declive del auge de los productos básicos. Con el paso de los años, este período presenció una incipiente pero notable fragmentación interna dentro del bloque BRICS, anunciando una tendencia que se agudizó al comienzo de la tercera década (Giaccaglia, 2022a, p. 6, 2022b, p. 8).
Esta fragmentación se hizo evidente en los "emergentes asiáticos". Por un lado, China se ha destacado con su alcance global, al igual que Rusia e India. Estos países se han esforzado por enfrentar el retroceso de Estados Unidos a través de políticas e instrumentos de gobernanza a nivel mundial, como la Belt and Road Initiative (BRI) y la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). Además, han mantenido arsenales nucleares y han abrazado principios como el multilateralismo. Por otro lado, encontramos a Brasil y Sudáfrica, afectados por crisis económicas y políticas, y no identificados como potencias nucleares (Giaccaglia, 2019, p. 66, 2022a, p. 6, 2022b, p. 8).
En el transcurso de su evolución, BRICS ha ingresado a una tercera etapa en la que las diferencias internas previamente señaladas han tomado mayor fuerza y aceleración debido a la pandemia de COVID-19 y los acontecimientos desencadenados por la guerra ruso- ucraniana. Estos eventos han acentuado aún más la brecha existente entre los miembros asiáticos (China, India y Rusia) y los miembros occidentales (Brasil y Sudáfrica) (Giaccaglia, 2022a, p. 7).
En este escenario, es evidente que la RPC ha consolidado firmemente su posición como una gran potencia mundial (Yuan, 2020, p. 32). La expresión "gran potencia" se utiliza para describir a países que cuentan con cierto nivel de estabilidad política y con recursos sustanciales en distintos ámbitos (económico, militar, científico y tecnológico), y que
desempeñan un papel fundamental en el establecimiento de normas y en la toma de decisiones a escala global (Giaccaglia, 2017, p. 424 y 425; Marchetti, 2022, p. 78 y 79).
A su vez, Rusia e India han mantenido su estatus como importantes potencias regionales, desempeñando un rol crucial en las principales negociaciones internacionales y en sus relaciones tanto con Estados Unidos como con China. En contraste, Brasil y Sudáfrica han experimentado un marcado deterioro debido a diversas crisis políticas, económicas, sociales, institucionales y sanitarias que han afectado su situación (Giaccaglia, 2022a, p. 8).
A medida que China ha continuado experimentando un gran crecimiento económico y consolidando su posición como actor geopolítico clave, se ha vislumbrado una transformación profunda en el actual sistema internacional, con implicaciones significativas para ella misma, Estados Unidos y el resto del mundo. Este proceso ha estado acompañado de una rivalidad cada vez mayor entre China y el país norteamericano, que se ha manifestado con gran profundidad en los últimos años.
La elección de Xi Jinping en 2013 puso de relieve la novedosa proactividad china, incorporando el concepto de "diplomacia de los grandes países" (Ministerio de Asuntos Exteriores de la República Popular China (MAERPC), 2020a, 2021a, 2021b). La proyección de Xi adquirió gran visibilidad tanto en términos retóricos como en la demostración de las capacidades adquiridas. Una de las expresiones más destacadas ha sido la introducción de la propuesta del “Sueño Chino de Rejuvenecimiento Nacional” comunicada en 2012 por Xi como parte de su programa estratégico de cara a su primer mandato como secretario general del Partido (MAERPC, 2013). Esta propuesta ha implicado la construcción de una “sociedad moderadamente acomodada” para 2035 y una “sociedad acomodada” para 2049, ambos como “objetivos del siglo” (Zhonggong en Malena, 2018, p. 18).
En este contexto de cambio acelerado, resulta esencial realizar un examen de la perspectiva que China sostiene acerca de los fundamentos del orden internacional emergente. La RPC ha basado su posición en asuntos internacionales en la valoración de la soberanía estatal y en la convicción de que las instituciones de gobernanza mundial deben reformarse para reflejar un nuevo equilibrio de poder (MAERPC, 2021b, 2021c, 2023b; Newman y Zala, 2017). Con respecto a la seguridad regional, China viene percibiendo la presencia de Estados Unidos como un obstáculo relevante para alcanzar sus objetivos regionales y muestra preocupación por los esfuerzos de contención ejercidos por dicho país (MAERPC, 2022a, 2022e, 2022g,
2022h). En lo que concierne a la seguridad común global, ha enfatizado la importancia crucial de mantener líneas de comunicación marítimas abiertas, respaldando así el actual régimen de seguridad marítima (MAERPC, 2020b, 2022c). En materia de medio ambiente y energía, el aumento de la demanda interna de energía en China ha impulsado a buscar fuentes de energía más eficientes y a asegurar su presencia en los mercados energéticos extranjeros, dependiendo en gran medida de proveedores internacionales de recursos energéticos. En cuanto a la política medioambiental, ha equilibrado preocupaciones de índole local y a corto plazo con la necesidad imperante de mantener el crecimiento económico (Zhang y Noronha, 2013). Además, viene observando con cierta aprensión el surgimiento de nuevas tecnologías, como las innovaciones en el ciberespacio y las redes sociales (Wang y Mohan, 2013).
La segunda década del siglo XXI se caracterizó por el ascenso del Estado chino como potencia global (Ikenberry, 2020; Acharya, 2020; Tellis, 2020) con implicancias para el orden internacional y con mayor presencia en el área de la seguridad, especialmente en términos de capacidades estratégico-militares (Calderón, 2021, p. 69). China es actualmente una gran potencia con intereses globales emergentes, aunque todavía en fase de transición hacia una potencia global consumada (González Levaggi, 2023, p. 65). Esto ha profundizado la puja de poder entre Beijing y Washington con consecuencias para la gobernanza de seguridad occidental, dando lugar a otros modos de comprender la seguridad.
En tiempos recientes, la relación entre el mundo occidental y oriental se fue tensando cada vez más, y al igual que Estados Unidos identificó en varias ocasiones a la RPC como un “rival estratégico” en sus documentos oficiales tales como la Estrategia de Seguridad Nacional del 2017, el Informe anual de la Comisión de Revisión Económica y de Seguridad entre Estados Unidos y China en 2019 (De la Balze, 2019, p. 196; González Martín, 2020, p. 66; Regueiro Bello y Marin Suárez, 2022, p. 65), lo mismo hicieron funcionarios chinos que mostraron su oposición respecto a cómo Occidente enfrenta lo que considera como amenazas, indicando que algunos países occidentales, liderados por Estados Unidos siguen aspirando a la seguridad absoluta para su propio interés (Daye, Juecheng y Siqi, 2022), a diferencia de la
RPC que ha manifestado priorizar el equilibrio y estabilidad de la región (MAERPC, 2022d, 2022h).
Los lineamientos occidentales sobre la seguridad internacional plasmados en acuerdos y normas de alcance global a través del Derecho Internacional Público, como “La responsabilidad de proteger (RDP)” de la Organización de Naciones Unidas (ONU) (Kenkel y Destradi, 2019), y en el modo de abordar los diferentes escenarios de seguridad (Krahmann, 2005; Deighton y Mauer, 2006; López, 2016) empezaron a verse eclipsados por los intereses de China que entraron en conflicto con Occidente y buscaron ganar espacio en ese ámbito. Esto último se pudo observar en los casos de Libia en 2011 y Siria desde el 2013, donde Estados que no formaban parte de las potencias occidentales, fueron críticos respecto a la aplicación de la RDP (Odeyemi, 2016; Abdenur, 2017; Madeiros, Ribeiro, y Lyra, 2017; Kenkel y Destradi, 2019).
En esa línea, el liderazgo estadounidense, que durante los noventa y comienzos de los 2000 fue irrestricto en términos de su involucramiento en diversos eventos vinculados a la seguridad a nivel global, se fue tornando selectivo en función del interés nacional, demostrando así, su deseo de intervenir en ciertas regiones, ya sea a nivel económico, geopolítico, u otro (Barrientos Velásquez, 2011). De todas maneras, a lo largo de estos años el pensamiento estratégico estadounidense no tuvo grandes cambios en sus objetivos, sino que se fue ajustando en torno a la percepción de amenaza del momento, en este caso, la consolidación de potencias emergentes como la RPC (Colom Piella, 2013). Aún más, se han enunciado diversos documentos como la Estrategia de Seguridad Nacional en diferentes gobiernos, a través de los cuales se reafirmaron los objetivos estadounidenses de contener lo que ellos consideraban como amenazas contra su nación basados en los principios de la seguridad militar, seguridad económica y democracia (Sandoval y Betancourt, 2005).
Por otro lado, la RPC entiende la seguridad internacional a partir de ideas de cooperación y ganancia compartida (Xiaoping, 2015, p. 58; Oviedo, 2018; MAERPC, 2021b, 2023b; Marchetti, 2022, p. 68, 71, 262). La proyección de China como "Estado comercial" ha generado la expansión global de los intereses económicos, desde asegurar el flujo de importaciones y exportaciones hasta custodiar las inversiones exteriores tanto financiera como políticamente, y progresivamente militarmente (González Levaggi, 2023, p. 70).
Desde el final de la Guerra Fría, China ha modificado sus conceptos de seguridad en función de la evolución de la situación internacional y de los intereses del pueblo chino, así como de la necesidad de paz y desarrollo mundiales. La RPC cree que para obtener una paz duradera es imperativo abandonar la mentalidad de la Guerra Fría, cultivar un nuevo concepto de seguridad y buscar nuevas formas de salvaguardar la paz (Xia y Kondapalli, 2013, p. 109). Desde que asumió Xi Jinping en el año 2013 ha resaltado en diferentes oportunidades, como fue el caso de su discurso inaugural en el “Foro de Boao para Asia (FBA)” en el 2022, o el documento conceptual de la Iniciativa de Seguridad Global de Pekín (MAERPC, 2023a), su propuesta sobre la seguridad global, remarcando su carácter común, cooperativa y sostenible. Ha destacado también el papel del diálogo y la cooperación, así como la integralidad en abordar cuestiones de seguridad tanto tradicionales como no tradicionales, y la sostenibilidad a través del desarrollo económico y la prosperidad (Yuan, 2020, p. 38 y 39).
China ha hecho hincapié en una “política exterior independiente” basada en los "cinco principios de coexistencia pacífica" -respeto mutuo de la soberanía y la integridad territorial, no agresión mutua, no injerencia en los asuntos internos de la otra parte, igualdad y beneficio mutuo, y coexistencia pacífica- (MAERPC, 2021a; RPC citado en González Levaggi, 2023,
p. 70), entendiendo la seguridad dentro de ese marco, acompañado por otros principios como la cooperación multilateral; el cumplimiento de los principios de la Carta de Naciones Unidas; el rechazo al unilateralismo y la confrontación entre bloques; la seguridad indivisible, equilibrada y eficaz; la resolución pacífica de conflictos; la colaboración en disputas regionales y retos globales como el terrorismo, cambio climático, ciberseguridad y bioseguridad; entre otros (MAERPC, 2018, 2021d, 2022b; Xi Jinping, 2022).
Cabe aclarar que el principio de no interferencia en los asuntos internos (Yan, 2011) es identificado como uno de los valores sobre los que se ha basado China en el momento de oponerse a normas como la RDP e introducir nociones como el de “Protección Responsable” (Calderón, 2021, p. 73). Esta última se refiere al enfoque de que cualquier intervención en una situación debe no solo estar motivada por razones humanitarias genuinas, sino también considerar la estabilidad regional como un objetivo fundamental. En lugar de depender principalmente de la fuerza militar, se deben utilizar medios no militares, como esfuerzos diplomáticos, que, aunque pueden tomar más tiempo, son más efectivos a largo plazo y tienen menos efectos secundarios negativos. En resumen, busca asegurar que cualquier intervención
se realice de manera responsable, teniendo en cuenta las consecuencias a futuro (Garwood- Gowers, citado en Calderón, 2021, p. 74).
La Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) fundada por Rusia y China, refleja estos conceptos, basándose en una cooperación militar y estratégica para hacer frente a lo que llamaron los “tres malestares” (extremismo religioso, terrorismo y separatismo). Se convirtió en uno de los grandes pilares para comprender cómo entiende la seguridad internacional la región oriental donde se hace referencia al “espíritu de Shanghái” que va en la misma línea que los principios de beneficio mutuo, confianza, igualdad, entre otros (Welch Larson y Schevchenko, 2010; Chacón Muñoz, 2015; Rakhimov, 2020; Yuan, 2020; Marchetti, 2022). La relevancia que adquirió China marcó una ruptura a partir del uso de categorías que contrastan con la concepción occidental de comprender al sistema internacional (Yuan, 2020). El pensamiento estratégico chino se ha basado en conceptos culturales como el de guanxi (redes), utilizado por China en su política exterior para establecer relaciones de confianza y amistad con otros países (Pan, 2016, p. 304), o el weiqi (juego de estrategia), basado en una metáfora para la competencia y estrategia en las relaciones internacionales chinas sobre la idea de no confrontación directa y búsqueda de ventajas y aprovechamiento de las debilidades del oponente: búsqueda de acuerdos y alianzas, uso de la diplomacia económica, creación de una imagen de China como un actor pacífico y confiable en el sistema internacional. Esto se ha diferenciado del pensamiento occidental que el autor relaciona con el juego del ajedrez (Pan, 2016, p. 308). Ambas categorías han influido en la política exterior china en la búsqueda de gestionar las relaciones con otros países y aumentar su influencia en el mundo (Pan, 2016).
En esta línea, en opinión de China, el mayor desafío a su soberanía y autoridad estatal procede de las potencias occidentales, en particular de Estados Unidos. Washington ha mantenido su compromiso militar con Taiwán, isla que China considera su territorio, mediante la venta de armamento avanzado y el intercambio de inteligencia militar con la isla (Wang y Mohan, 2013, p. 47). En concordancia con esto, la RPC cree firmemente que la soberanía es el principio organizador de las relaciones internacionales, y que los derechos soberanos deben prevalecer sobre los derechos individuales -en forma de derechos humanos o civiles- en caso de conflicto entre ellos (Wang y Mohan, 2013, p. 47; Newman y Zala, 2017, MAERPC, 2021a, 2022g).
Aún más, si se analizan las preocupaciones más relevantes en materia de seguridad para la RPC, especialmente a nivel regional, a partir de la segunda década del siglo XXI, estas han implicado cuestiones de soberanía: el enfrentamiento en la península coreana, la disputa sobre el Mar de China Meridional y el programa nuclear iraní (MAERPC, 2019a, 2020b). De esta manera, y en búsqueda del desarrollo económico, China ha buscado mantener un entorno internacional pacífico y estable a largo plazo (Xia y Kondapalli, 2013, p. 109).
La RPC subraya la importancia de la cooperación internacional, medidas de seguridad colectiva y diálogos multilaterales sobre seguridad, así como el acercamiento diplomático y la negociación como el enfoque principal para resolver conflictos (MAERPC, 2019b, 2021b). También destaca la relevancia de ampliar los lazos económicos con otras naciones. De esta manera, busca evitar los intentos unilaterales o de coalición para enfrentar los desafíos de seguridad en Asia, y en su lugar, hace hincapié en la importancia de los foros multilaterales y regionales, aunque reconoce que algunos problemas de seguridad requieren abordarse en un ámbito bilateral. El país se visualiza en un papel proactivo y positivo en la resolución de disputas regionales y en garantizar la seguridad de sus vecinos (Xia y Kondapalli, 2013, p. 110).
Otro asunto relevante para China, es la cuestión vinculada a la seguridad espacial, por un lado, y la ciberseguridad, por el otro. En relación al primer punto, la RPC comprende el espacio como un escenario crítico para avanzar en sus objetivos económicos y de seguridad nacional, es por eso que en el último tiempo ha acelerado sus programas espaciales e invertido cada vez más recursos (Shen y Gopalaswamy, 2013, p. 166 y 167). Cabe resaltar que, aunque Pekín persigue un amplio conjunto de objetivos que incluyen la exploración del espacio y la realización de descubrimientos en beneficio de la humanidad en su conjunto y han abogado por su uso pacífico, estas actividades son progresiones naturales de diversos esfuerzos organizativos que tienen, en su base, una fuerte complexión militar (Shen y Gopalaswamy, 2013, p. 167). De hecho, se considera que la mayor amenaza para China proviene del dominio espacial de Estados Unidos porque altera el equilibrio de poder en el espacio exterior, afectando así también al equilibrio de poder terrestre (Shen y Gopalaswamy, 2013, p. 169). Por otro lado, la ciberseguridad ha sido un asunto sobre el cual el país chino ha estado trabajando. Cuenta con programas de ciberespacio en constante crecimiento y cada vez más importantes para su economía nacional, animando a la industria a trabajar por la
autonomía tecnológica nacional para evitar que dependa de la tecnología de potencias extranjeras y se exponga al sabotaje (Lan y Bhattacharjeel, 2013; MAERPC, 2023c).
La seguridad energética también ha sido una gran preocupación para China, ya que, aunque se la podría considerar en gran medida autosuficiente en todas las fuentes de energía, no lo es respecto al petróleo y su dependencia de fuentes de energía extranjeras se limitará en gran medida a este ámbito (Zha y Joshi, 2013, p. 214).
Por último, se debe considerar la seguridad marítima. La RPC considera crucial al sistema marítimo mundial para la prosperidad continuada. China ha mostrado históricamente más interés por el Océano Pacífico, aunque el Océano Índico está atrayendo más su atención porque sirve como una de las importantes líneas marítimas de comunicación (Xia y Kondapalli, 2013, p. 105; MAERPC, 2022a). Lo mismo ocurre con el Atlántico Sur, el cual despierta un creciente interés por parte de China debido a sus valiosos recursos naturales y su importancia como ruta comercial estratégica.
Beijing pasó de su tradicional enfoque continentalista de defensa costera a una estrategia de defensa en alta mar - offshore water defense - y protección en mar abierto - open seas protection - en consonancia con la transformación de la estrategia militar hacia la defensa activa y la modernización del instrumento militar (Consejo de Estado de la República Popular de China (CERPC), citado en González Levaggi, 2023, p. 87). El último Libro Blanco (Ministerio de Defensa Nacional de la República Popular China (MDNRPC), 2019) destaca que la Armada del Ejército Popular de Liberación (PLAN) se está moviendo desde la defensa en aguas cercanas hacia la protección en aguas lejanas, con énfasis en la "disuasión estratégica y contraataque, operaciones de maniobra marítima, operaciones marítimas conjuntas, defensa integral y apoyo integrado, con el fin de construir una fuerza naval fuerte y modernizada" (CERPC citado en González Levaggi, 2023, p. 87). En este sentido, la estrategia marítima de China ya expresa una clara determinación de proyectar poder más allá de su zona de influencia inmediata.
La RPC ha publicado una serie de documentos y estrategias que acabaron incorporándose al Esbozo de Plan de Desarrollo de una Iniciativa Marítima Nacional aprobado por el Consejo de Estado de la República Popular de China en 2008, e incorporado posteriormente a los
Planes Quinquenales 12do y 13ro (González Levaggi, 2023, p. 88). En este último plan se hace hincapié en la construcción de nodos marítimos estratégicos en el marco de la Nueva Ruta Marítima de la Seda junto con la expansión de la economía oceánica (González Levaggi, 2023, p. 88). Al mismo tiempo, se han destacado cuatro proyectos marítimos en pleno desarrollo para el periodo 2016-2020: la mejora medioambiental, la exploración marina centrada en la investigación espacial en aguas profundas, la exploración polar tanto en el Ártico como en la Antártida y el desarrollo de una red mundial de observación de los océanos (Central Committee of the Communist Party of China, citado en González Levaggi, 2023, p. 88).
Los documentos de defensa chinos han prestado cada vez más atención a la fase marítima de la defensa. El Libro Blanco de 2013 (MDNRPC, 2013) planteó una modificación crítica en la identidad estratégica del país considerando a China como una potencia continental y marítima. Según este documento, “los mares y océanos proporcionan un inmenso espacio y abundantes recursos para el desarrollo sostenible de China, por lo que son de vital importancia para el bienestar del pueblo y el futuro de China. Explotar, utilizar y proteger los mares y océanos y convertir a China en una potencia marítima es una estrategia de desarrollo nacional esencial. Es un deber importante para el PLAN salvaguardar resueltamente los derechos e intereses marítimos de China" (CERPC, citado en González Levaggi, 2023, p. 88). La Estrategia Militar de 2015 (MDNRPC, 2015) y el Libro Blanco de 2019 (MDNRPC, 2019) reafirman la importancia de la dimensión marítima, especialmente en lo relativo a la salvaguarda de los derechos e intereses en esta área.
Beijing se ha lanzado a la compra de bases para reforzar sus capacidades en alta mar, tanto con fines comerciales como estratégicos, destinando tropas no combatientes y suministrando armas a países estratégicamente situados a lo largo de las rutas marítimas y los puntos de estrangulamiento marítimo. Casi dos tercios de los 50 principales puertos del mundo son propiedad de China o han recibido alguna inversión china (Mohan Malik, 2020, p. 223). De esta manera, China quiere enviar el mensaje de que los países situados a lo largo de la “One Belt One Road” (OBOR) -que prevé una red de puertos, ferrocarriles, carreteras y parques industriales que unan China con África, Asia y Europa- pueden confiar en la RPC tanto para su crecimiento económico como para su seguridad militar, y que no tolerará desafíos a su creciente esfera de influencia (Mohan Malik, 2020, p. 223).
El país chino defiende la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (CNUDM) (MAERPC, 2022c) adoptada en 1982 para mantener la estabilidad ya que ofrece un fuerte control y jurisdicción nacionales sobre zonas oceánicas cada vez más extensas, especialmente las sometidas al uso humano más intenso, valorando la ampliación de la jurisdicción de los Estados sobre sus plataformas continentales y zonas económicas exclusivas (ZEE), el área sobre la que un Estado tiene ciertos derechos especiales de acceso marítimo y recursos. China manifiesta un claro interés en preservar la libertad de los mares siendo muy importante para su desarrollo económico y brinda su apoyo a la CNUDM, considerándola una normativa "justa y equitativa" (Zhang y Sakhuja, 2013, p. 145 y 146). Según la perspectiva china, la principal virtud de la Convención radica en su capacidad para permitir que todos los países busquen sus intereses de manera imparcial. No obstante, la RPC se muestra aprensiva ante la posibilidad de que Estados Unidos utilice su poderío y rechace la interpretación china sobre los permisos otorgados por la CNUDM en relación con la jurisdicción nacional, lo que podría resultar en una intromisión en los derechos de otros Estados. Además, considera que el uso de la fuerza es incompatible con los ejercicios dotados por la CNUDM (Zhang y Sakhuja, 2013, p. 149).
China discrepa, por otro lado, de la interpretación estadounidense de la CNUDM1 sobre qué actividades militares están permitidas en las ZEE de otros Estados, especialmente en las cuestiones de prospecciones, sondeos y reconocimiento. También ve con recelo las iniciativas marítimas estadounidenses que puedan interferir en su soberanía o en la libertad de los mares. Además, se enfrenta con frecuencia a los buques y aeronaves estadounidenses que operan en su ZEE (Zhang y Sakhuja, 2013, p. 146 y 147). Beijing sigue considerando la creciente presencia de Washington en Asia como una amenaza para los intereses chinos y un posible preludio de la contención (Li y Raghavan, 2013, p. 132).
En relación a esto último, el Mar Meridional de China se ha convertido en un punto caliente en el que están implicados China, Estados Unidos, los países del Sudeste Asiático, India y Rusia, ya que es un área rica en petróleo crudo y gas natural (Xia y Kondapalli, 2013, p. 107). De hecho, en julio de 2010, la secretaria de Estado Hillary Rodham Clinton declaró que la
libre navegación en el Mar de China Meridional era de interés nacional para Estados Unidos (Xia y Kondapalli, 2013, p. 107). Es por esto que China ha puesto mayor foco en defender los derechos de soberanía en esta región.
En este sentido, el orden marítimo internacional se está transformando rápidamente para reflejar un mundo multipolar. Esta transformación está íntimamente relacionada con la evolución geopolítica y geoeconómica mundial y regional de los órdenes marítimos regionales situados en Asia Oriental y Meridional, donde las grandes potencias luchan por mantener la supremacía naval y marítima (González Levaggi, 2023, p. 2).
Estados Unidos tiene la marina más poderosa del mundo, y esta superioridad naval representa una poderosa herramienta para que el país norteamericano persiga la hegemonía global e intervenga en los asuntos regionales. Como es bien sabido, China y Estados Unidos tienen opiniones diferentes sobre las prospecciones militares, las investigaciones militares y los reconocimientos realizados en la zona económica exclusiva (ZEE) (Zhang y Sakhuja, 2013, p. 146 y 147).
Esta situación de puja de poder entre China y Estados Unidos se ve reflejada en otros puntos del globo. Aunque el Indo-Pacífico es considerado como epicentro de la actual competencia naval, el Atlántico Sur, es una zona relativamente estable geopolíticamente con múltiples retos por delante, entre ellos la creciente presencia de grandes potencias extrarregionales y el debate sobre el futuro de la Antártida (González Levaggi, 2023). En otros términos, el escenario del Atlántico Sur es caracterizado como una zona estratégica donde se disputa el acceso y control de la Antártida, de recursos naturales (ictícolas e hidrocarburíferos), a través de rutas marítimas que son vitales para el comercio y transporte de los mismos, añadiendo un componente estratégico en la rivalidad existente. Esta competencia naval entre Estados Unidos y China se enmarca en la carrera geopolítica de estas potencias por el control de ciertos “espacios vacíos” (Battaleme, 2019, párr. 8) o “lo que queda” (Klare, citado en Battaleme, 2019, párr. 8), la cual ha ido ganando cada vez mayor intensidad, como ocurre en el caso del Atlántico Sur. Aunque inicialmente Estados Unidos no consideró esta región con una alta prioridad estratégica en comparación con otras como el Asia-Pacífico o Medio Oriente, ha aumentado su atención debido a los esfuerzos de potencias, como China, para ganar influencia allí (Gioffreda, 2021, p. 43).
El interés de la RPC en la región del Atlántico Sur empezó a evolucionar después de la implementación de las reformas económicas de Deng Xiaoping en 1978, las cuales generaron una nueva apertura en la política exterior china. Aunque esta dirección experimentó un revés temporal tras los sucesos en Tiananmen, China reforzó su empeño y, en 1999, estableció su estrategia de "salir afuera” con el propósito de fomentar la inversión de empresas chinas en el exterior. Con la llegada del nuevo siglo, el sólido crecimiento económico de China y el incremento en la demanda de recursos naturales la llevaron a prestar mayor atención a las regiones de África y América Latina (Abdenur y de Souza Neto, 2013; Ayuso y Viilup, 2013; Freres, 2013; González Levaggi, 2023). De hecho, la RPC, junto a otros actores emergentes como Rusia e India, han comenzado a ampliar su presencia marítima más allá de sus mares regionales tradicionales, mostrando una intensificación de sus capacidades navales en aguas azules (Gresh, citado en González Levaggi, 2023, p. 16). Sin embargo, no hay que perder de vista que, dada la posición remota del Atlántico Sur en relación a los principales centros comerciales y logísticos, junto con su significativa distancia geográfica de China y otras potencias euroasiáticas, éstos han situado a la región como el último locus de su estrategia y agenda internacional (González Levaggi, 2023).
Teniendo en cuenta lo anterior, la nación china se ha acercado a ambos continentes a través de políticas regionales, como lo demuestran los Libros Blancos, tanto sobre África en 2006 (Embajada de la República Popular China en la República de Ghana, 2006) como América Latina en 2008 (CERPC, 2008). Este primer acercamiento fue de tipo comercial, aunque con el paso del tiempo se ha complejizado y ha abarcado otras áreas. Se suele afirmar que los factores geoestratégicos estructurales que confieren importancia al Atlántico Sur son identificarlo como ruta de transporte, como área de proyección de poder militar y como fuente de recursos (De Meira Mattos, citado en González Levaggi, 2023, p. 185).
Aún más, el petróleo ha sido uno de los recursos prioritarios para Beijing, siendo uno de los mayores consumidores mundiales (Abdenur y de Souza Neto, 2013). En la zona de América Latina, China encuentra sus principales suministradores de petróleo en el área del Atlántico Sur. Venezuela, Brasil y Argentina sobresalen como ejemplos de esta estrategia de diversificación energética que China está adoptando. Estos pasos reflejan la firme intención de China de asegurar un flujo constante de petróleo en el futuro a largo plazo y se demuestran
mediante su cada vez más marcada participación en actividades de exploración de petróleo y gas en aguas profundas (Abdenur y de Souza Neto, 2013).
Esta tendencia hacia innovadoras tecnologías en la exploración de recursos petroleros en aguas profundas impulsa la producción en ambos lados del Atlántico Sur. China gestiona estas iniciativas mediante una coordinación estratégica entre diversos agentes políticos, que comprenden al gobierno chino, empresas estatales y privadas, así como asociaciones empresariales, con el propósito de garantizar la continuidad del suministro de petróleo en un contexto global caracterizado por la falta de certezas (Abdenur y de Souza Neto, 2013). Un claro ejemplo respecto a la presencia de empresas petroleras chinas en la región, y particularmente, en Argentina, fue la adquisición de las operaciones de Occidental Petroleum en 2012 (Hook y Webber, citado en Abdenur y de Souza Neto, 2013, p. 176). Sin embargo, la presencia china en las costas africanas se ha observado en mayor medida que en América Latina.
Con el propósito de trasladar estos recursos básicos a China, esta nación ha realizado considerables inversiones para integrar las estructuras e instalaciones de transporte en múltiples puntos de la región del Atlántico Sur. Esto implica no solamente la expansión de la capacidad portuaria, sino también el fortalecimiento de la coordinación logística para acelerar el movimiento de productos desde las áreas interiores (Abdenur y de Souza Neto, 2013, p. 178).
A pesar de que el enfoque en el petróleo y el gas ha sido prominente en las discusiones sobre el interés chino en los recursos del Atlántico Sur, los abundantes recursos pesqueros en la región también han captado la atención. Luego de agotar casi por completo sus propias reservas ictícolas durante los setenta y ochenta, siendo uno de los países de mayor consumo de pescado, el gobierno chino incentivó a las compañías de pesca a operar fuera de la zona económica exclusiva de China, incluso más allá del continente asiático (Abdenur y de Souza Neto, 2013, p. 179). Desde los comienzos del mileno, se han observado barcos pesqueros, entre los cuales se encuentran aquellos que actúan de manera ilegal, y han sido foco de algunos Estados, como Argentina, los cuales han aumentado el control sobre los mismos (González Levaggi, 2020, p. 90).
China ha referido a que dichos barcos son de propiedad privada y ha negado la participación de sus buques pesqueros en actividades ilegales en aguas argentinas, provocando el rechazo
de las autoridades chinas a aplicar medidas punitivas eficaces (Salvalaggio, 2023). Algunos expertos, han señalado que gran parte de los buques con bandera china reciben subsidios de la RPC para pescar en el Atlántico Sur (Hutin, 2023). Por el otro lado, Estados Unidos, ha denunciado su preocupación, nuevamente poniendo énfasis en las prácticas ilegales predatorias ligadas a la pesca. Cabe remarcar también que a pesar de que el foco ha estado puesto en los buques chinos, también se ha observado la existencia de barcos pesqueros de otras nacionalidades (Taiwán, Corea del Sur, España) que practican esta actividad ilegal en aguas argentinas (Eissa, 2022).
La explotación pesquera llevada a cabo por China en el Atlántico Sur se ha centrado principalmente en la captura de calamares. Es esencial resaltar que la actividad de extracción china se enfoca principalmente en el límite exterior de la Zona Económica Exclusiva (ZEE) de Argentina, actividad bajo supervisión del Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (INIDEP) en Mar del Plata (Aguilera, citado en Ortega, Saavedra y Esquiroz, 2019, p. 7).
La relevancia estratégica del Atlántico Sur ha experimentado cambios notorios debido a un renovado enfoque en la Antártida. Variados actores de importancia en el Atlántico Sur, incluyendo Chile, Argentina y el Reino Unido, poseen reclamaciones territoriales que, de acuerdo con los términos del Tratado Antártico, se han comprometido a no ejercer. Aunque China fue excluida del primer tratado en 1959 por motivos políticos, se unió en la década de 1980 y de manera casi inmediata estableció su presencia en el continente mediante la construcción de dos bases, incluida la Estación Gran Muralla, que se encuentra a menos de 1000 km del Cabo de Hornos (Abdenur y de Souza Neto, 2013, p. 189). Desde 2005, China ha anhelado asumir un papel de mayor liderazgo en asuntos antárticos (Brady, citado en Abdenur y de Souza Neto, 2013, p. 189; Gioffreda, 2021, p. 50). Además de modernizar sus dos bases iniciales (“Gran Muralla” en 1985 y “Zhongshan” en 1989), también erigió un tercer campamento, la base Kunlun2. La región donde se encuentra esta base ha sido foco de una propuesta de Xi Jingping el año en que asumió su presidencia, buscando identificarla como Zona Antártica Especialmente Administrada (ZAEA) ya que le otorgaría mayor influencia y poder de decisión sobre áreas críticas, aunque esta idea ha sido rechazada en los últimos años (Herring Bazo, 2020, p. 692). Además, tiene una base llamada “Taishan”,
construida en 2014, y otra más, en construcción actualmente (CERPC, 2014; Salazar Urrutia, 2021).
Beijing también estableció un Instituto de Estudios Antárticos en Shanghái y renovó el rompehielos Dragón de Hielo (Abdenur y de Souza Neto, 2013, p. 190). En lo que respecta al desarrollo de embarcaciones especializadas para esta región, como los buques rompehielos, la RPC también busca alcanzar la autosuficiencia, habiendo iniciado recientemente la construcción de sus propios buques. En los últimos años, se ha encontrado en proceso de fabricación de su primer rompehielos de propulsión nuclear, que representaría el tercer rompehielos a nivel nacional y el segundo construido en China (Herring Bazo, 2020, p. 692). Aparte de incrementar su presencia en la Antártida, a fines del 2010, Beijing emprendió su vigésimo segunda expedición oceánica global, en la cual expertos chinos atravesaron los océanos Índico, Atlántico y Pacífico. Esta orientación científica hacia el Atlántico Sur, junto con la expansión de la presencia china en la Antártida, indica una creciente percepción del potencial geoestratégico del Atlántico Sur (Abdenur y de Souza Neto, 2013, p. 190).
En 2017, la RPC emitió en su Libro Blanco, consideraciones acerca de la Antártida (CERPC, 2017, citado en Herring Bazo, p. 690). Esta presentación tuvo lugar durante la 40.ª reunión de las partes consultivas de la Antártida, que se llevó a cabo por primera vez en Beijing (CERPC, 2017). Desde la asunción de Xi Jinping como presidente, ha mencionado repetidamente el enfoque de "entender, proteger y utilizar" en relación a ambos polos, lo cual parece haberse convertido en el lema que guía las estrategias del país en el continente. China presentó un Libro Blanco similar sobre el Ártico unos meses después, donde se incorporó este lema (CERPC, 2018). Sin embargo, se observa una diferencia clave entre ambos documentos: mientras China tiene bien definidos sus propósitos en el Ártico, en el caso de la Antártida, estas aún no están establecidas de manera concreta.
Herring Bazo (2020) añade que el Libro Blanco actual podría ser interpretado como un informe de política exterior “en construcción”, especialmente fundamentado en recoger los avances de China en el continente hasta este punto (p. 690). Los principales objetivos expresados en dicho libro son aumentar la inversión en investigación científica y proteger el Tratado Antártico. En este contexto, es plausible que el país chino esté posicionándose estratégicamente para aprovechar los recursos naturales de la Antártida si el protocolo sobre estos recursos se revisa en el futuro, como se prevé en 2048.
Por lo tanto, es probable que se requiera tiempo para conocer sus intenciones antárticas reales. Aun así, en su XIII Plan Quinquenal, China claramente aspira a fomentar la paz y la cooperación en la región antártica, y planea aumentar aún más su inversión en esta área (Herring Bazo, 2020, p. 692). Ciertamente, durante los últimos diez años, la República Popular China ha emprendido una serie de interacciones diplomáticas con las naciones que poseen territorios en las regiones polares, como fue el caso de Argentina o Chile, con el objetivo de establecer acuerdos de colaboración destinados a la realización de proyectos conjuntos en el continente antártico (Salazar Urrutia, 2021).
En resumen, se podría afirmar que la República Popular China ha logrado transformarse en un "país polar" en un período relativamente breve en comparación con otros Estados (Salazar Urrutia, 2021, p. 305).
En el escenario geopolítico actual, la República Popular China emerge como una potencia global y desafía el dominio tradicional de Estados Unidos. Como país miembro del bloque BRICS, China se presenta como un contrapeso significativo en la arena internacional, lo que ha llevado a una creciente rivalidad marcada por competencias en ámbitos económicos, tecnológicos y estratégicos. Esta rivalidad se refleja tanto en su ascendente posición como en el declive relativo de Estados Unidos, configurando un nuevo paradigma en el equilibrio de poder.
Beijing ha transformado su perspectiva de seguridad, evolucionando hacia una estrategia marítima que refleja su creciente interés en la proyección de poder más allá de sus fronteras. Su presencia en el Atlántico Sur es emblemática de esta expansión, buscando asegurar rutas marítimas y recursos estratégicos en una región antes ajena a su influencia. Esta búsqueda de seguridad y recursos económicos refleja la comprensión única de China sobre la seguridad internacional.
En el contexto del Atlántico Sur, la RPC se erige como una de las principales flotas extranjeras, estableciendo un firme control en la región. La inversión china en infraestructuras, transportes y colaboraciones comerciales refuerza su compromiso a largo plazo con la región, a la vez que contribuye a su propia seguridad energética y a la provisión de recursos esenciales.
Los acercamientos diplomáticos de China con las naciones polares resaltan su intención de establecer vínculos de cooperación en la región antártica, mientras busca definir su papel en un entorno en constante cambio. Su interés en la Antártida, expresado a través de la publicación de libros blancos y el desarrollo de bases científicas, sugiere un compromiso ambiguo pero creciente en la exploración y explotación de recursos en estas zonas.
En última instancia, el auge de China y su incursión en el Atlántico Sur son manifestaciones de su determinación por consolidar su posición como una potencia global. Aunque aún existen incertidumbres sobre sus intenciones precisas en diferentes regiones, sus inversiones estratégicas y diplomáticas, así como su evolución en la conceptualización de seguridad internacional, revelan una nación que está adaptándose rápidamente a los desafíos del siglo XXI y contribuyendo a una reconfiguración del orden mundial. La interacción entre China y otras potencias en el Atlántico Sur no solo resalta la complejidad de las rivalidades globales, sino también cómo estas rivalidades se expanden hacia regiones previamente marginales en el juego geopolítico.
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