Cuadernos de Política Exterior Argentina (Nueva Época), 138, diciembre 2023, pp. 75-96
ISSN 0326-7806 (edición impresa) - ISSN 1852-7213 (edición en línea)
Del caos al terror: Irak bajo la sombra del Estado Islámico (ISIS)
Lourdes Azul Juri
*
Resumen
Este artículo se propone identificar y analizar las razones políticas, sociales y securitarias que
contribuyeron al vacío de poder en el cual se sumió Irak en los años que le siguieron al proceso de la
Primavera Árabe. Estas desempeñaron un papel crucial en el arrebato de territorios por parte del grupo
yihadista Estado Islámico en Irak (EII). El período temporal seleccionado (2011-2017) inicia con las
protestas en Irak que surgieron en el contexto de los levantamientos conocidos como la Primavera Árabe
en la región de Medio Oriente y Norte de África, mientras que el punto culminante se encuentra en
diciembre de 2017, cuando Irak anunció su triunfo y la recuperación de las áreas que habían sido
capturadas y ocupadas años antes por el grupo yihadista.
Para el cumplimiento de tal objetivo se emplea un diseño metodológico cualitativo a través de una
recopilación y sistematización bibliográfica entre las que se destacan documentos oficiales. Asimismo, se
emplean artículos de revistas científicas, libros o capítulos de estos, trabajos expuestos en congresos,
reportes de centros de investigación, además de notas y artículos periodísticos de medios de
comunicación iraquíes, regionales e internacionales.
Palabras claves: Irak, Estado Islámico, Terrorismo, Vacío de poder, Estado fallido
Abstract
This article aims to analyze and identify the polítical, social, and security reasons that contributed to the
power vacuum that engulfed Iraq in the years following the phenomenon of the Arab Spring, which
played a crucial role in the seizure of territories by the jihadist group Islamic State in Iraq (ISIS). The
selected time period (2011-2017) begins with the protests in Iraq that emerged in the context of the
uprisings known as the Arab Spring in the Middle East and North Africa region, while the culmination
point is in December 2017, when Iraq announced its triumph and the recovery of areas that had been
captured and occupied years earlier by the jihadist group.
To achieve this objective, a compilation and systematic organization of literature is conducted, including
official documents. Additionally, articles from scientific journals, books or their chapters, papers
presented at conferences, reports from research centers, as well as notes and journalistic articles from
Iraqi, regional, and international media are utilized.
Keywords: Islamic State, Terrorism, Power vacuum, Failed states
TRABAJO RECIBIDO: 26/11/2023 TRABAJO ACEPTADO: 22/12/2023
Esta obra está bajo una licencia internacional https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/
*
Licenciada en Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario, UNR. Investigadora
del IREMAI-GEMO (UNR) E-mail: jurilourdes@gmail.com
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Introducción
La Primavera Árabe de 2011 representó un significativo desafío tanto a nivel interno como
internacional para los países de la región de Medio Oriente y Norte de África (MENA por su
siglas en inglés). Irak, en particular, vivenció esta época de agitación en un contexto especial, ya
que las consecuencias de la invasión norteamericana de marzo de 2003 seguían latentes. Este
fue un conflicto armado cuya duración supe ampliamente las expectativas iniciales, a la vez
que no contó con un respaldo por parte de la comunidad internacional. A pesar de lograr el
derrocamiento del régimen dictatorial de Saddam Hussein, los resultados posteriores a la guerra
distaron mucho de cumplir con las promesas formuladas. La estabilidad política y el
establecimiento de un gobierno democrático que se anticipaban como influyentes en toda la
región no se materializaron como se había previsto. En su lugar, la intervención exacerbó la
creciente inestabilidad y la falta de eficacia en el nuevo liderazgo político iraquí, dos
características que se incrementaron tras el proceso de la primavera de 2011.
Casi simultáneamente a las manifestaciones enmarcadas en la Primavera Árabe, Irak atravesaba
una considerable crisis política y securitaria. Con relación a la primera, esta se originó a raíz del
fracaso de las elecciones parlamentarias y la persecución por parte del gobierno de al-Maliki a
los sectores no chiitas de la población, mientras que en lo que respecta a la segunda, se derivó
de la retirada de las fuerzas estadounidenses de su territorio, lo que coadyuvó a la
intensificación del vacío de seguridad.
Debido a estos eventos, el conflicto sectario abrió paso a la conformación y enfrentamientos
entre milicias tribales, lo que a su vez allanó el terreno para el auge de diferentes grupos
insurgentes y terroristas, tal como fue el caso del Estado Islámico. Este último construyó sus
cimientos sobre la base de la caótica realidad iraquí. El deterioro de la situación en el país de los
Dos Ríos -por el Tigris y Eúfrates- permitió que se lo catalogue como un Estado fallido, incapaz
de proporcionar servicios básicos y garantizar la integridad de sus fronteras y la protección de
su población frente a las nuevas amenazas.
Asimismo, la proclamación del Califato, en junio de 2014, puso de manifiesto las deficiencias
en el proceso de reconstrucción estatal en Irak. Esto generó el regreso de la influencia
estadounidense en la región en respuesta a las demandas de una parte significativa de la
población iraquí, que consideró prematura la retirada de las tropas en 2011. La extrema
brutalidad ejercida por el grupo yihadista llamó la atención a nivel internacional, resultando en
la formación de una coalición internacional liderada por Estados Unidos con el objetivo de
destruir al grupo y recuperar los territorios arrebatados.
El surgimiento del Estado Islámico se debió directamente a la falta de autoridad en Irak,
situación que se intensificó con la retirada de las fuerzas estadounidenses en 2011, coincidiendo
con los levantamientos de la Primavera Árabe en la zona. Además, la presencia del grupo
representaba una amenaza para el orden regional que Estados Unidos había buscado mantener
durante décadas. Por consiguiente, la intervención externa se convirtió en una necesidad para
liberar las ciudades ocupadas por el grupo y poner fin a las atrocidades cometidas en nombre del
islam por los terroristas.
Teniendo en cuenta lo mencionado anteriormente, el objetivo principal de este artículo se centra
en identificar y analizar los factores políticos, sociales y de seguridad que contribuyeron a la
carencia de autoridad en Irak entre los años 2011 y 2017 y como correlato, indagar en los
orígenes y la evolución del accionar del Estado Islámico en Irak. Estos factores resultan
cruciales para entender cómo el grupo terrorista Estado Islámico pudo adueñarse de territorios y
establecerse en una gran parte del país iraquí.
Con el fin de abordar el objetivo que guía este estudio, se adoptó una metodología de tipo
cualitativa, el enfoque del estudio es de tipo analítico - descriptivo con el fin de comprender las
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causas subyacentes de la debilidad institucional en Irak. Asimismo, se buscará examinar cómo
esos eventos contribuyeron a la emergencia del autoproclamado Estado Islámico.
Para alcanzar dicho propósito, se llevó a cabo una exhaustiva búsqueda y organización de
material bibliográfico, que incluyó documentos oficiales, artículos provenientes de revistas
científicas, capîtulos de libros, y también se incorporaron observaciones y escritos periodísticos
de diversas fuentes, abarcando medios de comunicación, regionales e internacionales.
El recorte temporal seleccionado para este estudio (2011-2017) inicia con los disturbios en Irak,
que tuvieron lugar en el contexto de las manifestaciones enmarcadas dentro del fenómeno de la
Primavera Árabe en la región del Medio Oriente y el Norte de África (MENA, por sus siglas en
inglés). En contraste, la fecha que marca el final de este periodo se sitúa en diciembre de 2017,
cuando el país anunció su victoria sobre el autodenominado Estado Islámico y volvió a tener
control sobre todos los territorios arrebatados previamente.
En cuanto al marco conceptual que hace a esta investigación, un término primordial para la
correcta comprensión de la temática es el de vacío de poder, también conocido por su apelativo
en inglés, power vacuum. Este es empleado en el ámbito político para referirse a la falta de
liderazgo o debilidad extrema de un gobierno. Además, el vacío de poder puede ser provocado
como resultado de diferentes circunstancias, según un estudio de Academic (2023), dentro de
las principales se pueden mencionar la debilitación de la autoridad de gobierno, la fortificación
de un grupo previamente subyugado, el fallecimiento o desaparición del gobernante y, por
último, debido a la debilidad institucional que generan los diferentes grupos que luchan por el
poder político.
Irak fue testigo de cada una de estas situaciones en su territorio, exacerbando de esa manera el
vacío de poder que lo caracteriza. La primera razón se manifestó en el declive de confianza de la
sociedad en las instituciones políticas, la segunda se evidenció cuando los chiítas llegaron a la
cúpula del poder, la tercera con la deposición de Saddam Hussein y, la última, se materializó en
las luchas por el poder y el sectarismo violento llevado a cabo por las milicias tribales.
Es importante destacar que en el momento en el cual el gobierno se reconoce incompetente para
llevar adelante sus funciones primordiales, los grupos subyugados, insurgentes y/o terroristas -
como en el caso del Estado Islámico - aprovechan la oportunidad para ocupar esa vacancia de
poder, lo cual continua hasta que se ven limitados por diversas circunstancias, como la
desorganización y/o la derrota en manos de sus enemigos o una autoridad superior,
restableciendo así la autoridad legítima en el país. Ese estado de cosas también se manifestó en
Irak cuando el grupo terrorista se encontró cercado por las fuerzas de la coalición que lo
batallaban. Esto último resultó en su desaparición territorial, pero no así en su capacidad
operativa, ya que continuó funcionando desde las ruinas del Califato.
Por su parte, Orfanos (2014) conceptualiza al vacío de poder como “la ausencia de cualquier
fuente de autoridad y/o estructuras de mando en un espacio macropolítico y/o micropolítico
donde operan entidades socio-bruto conflictivas y/o en competencia” (p.349). En una misma
línea, Atzili (2006), agrega que esta realidad da lugar a que diferentes actores busquen
apropiarse del caos. En palabras del autor: ‘’(...) ven la debilidad del Estado como una
oportunidad para buscar influencia política, incluyendo el cambio de régimen’’. En esta misma
línea sostiene que ‘’(...) este tipo de Estados dónde el poder se encuentra difuminado entre
diferentes sectores corren un gran riesgo de convertirse en paraísos para grupos terroristas y
guerrilleros transnacionales” (Atzili, 2006, p.140).
Este último escenario es lo que sucedió en Irak, ya que el reclutamiento, el ascenso y la
posterior toma de territorios por parte del grupo Estado Islámico sólo fue factible debido al
vacío de poder surgido de la descomposición y fragilidad del país, además de la ineficacia de las
principales instituciones. Esta situación generó un caos excepcional que supo ser aprovechado
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por los sectores subyugados, y no transcurrió mucho tiempo antes de que el grupo yihadista
estableciera y declarara su Califato sobre esta base.
Otra definición destacable es la que realizan García Perilla y Garzón García (2020), quienes
conceptualizan al vacío de poder como una condición peligrosa que altera el statu quo y es
producto de la falta de gobernabilidad de un Estado, su incapacidad para generar una efectiva
cohesión social y la deslegitimación de sus instituciones’’. Igualmente, enfocándose
particularmente en la región del MENA, hacen hincapié en el aspecto de que ‘’(...) el vacío de
poder acentúa las debilidades de la región, poniéndola en un constante estado de vulnerabilidad
y supervisión internacional, convirtiéndose en el argumento central para la ejecución de nuevas
operaciones militares en Medio Oriente (p.95).”
Además, otro de los conceptos centrales y vinculados a las líneas anteriores, es el de Estado
fallido. Este es el resultado inmediato del vacío de poder que surge como consecuencia de la
falta y/o incompetencia de las autoridades encargadas del gobierno. Si bien se realizaron
numerosas investigaciones y definiciones al respecto, todas convergen en que se trata de estados
que fracasaron en sus funciones.
Noam Chomsky y Mark Duffield son autores que tienen una perspectiva crítica en cuanto a la
conceptualización de los Estados Fallidos. El primero afirma que:
Entre las prioridades más características de los Estados fallidos figura el que no
protegen a sus ciudadanos de la violencia o que quienes toman las decisiones otorgan a
esas inquietudes una prioridad inferior a la del poder y la riqueza a corto plazo de los
sectores dominantes del Estado. Otra característica de los Estados fallidos es que son
estados forajidos, cuyas cúpulas se desentienden con desdén del derecho y los tratados
internacionales (Chomsky, 2007, p. 49).
Mientras que Mark Duffield (2008) asegura que “El Estado Fallido es la idea que
antecede al actual discurso de los Estados Frágiles; pero que tienen en común que
simbolizan, desde el punto de vista político y académico, la antítesis de un Estado
eficiente, eficaz o fuerte, en donde predominan lógicas de exclusión, pobreza,
desigualdad, poca soberanía, violencia, entre otras’’ (Duffield, 2008, p.3).
Ahora bien, el autor Robert Rotberg desde una mirada de las Relaciones Internacionales señala
que “El Estado Fallido es el que no tiene la capacidad o la voluntad necesaria para desempeñar
las funciones que le competen’’ (Zapata & John, 2014, p.91). En otras palabras, un Estado se
convierte en fallido cuando no logra proporcionar servicios públicos, mantener un sistema
financiero y fiscal sólido, garantizar la seguridad, disponer de un sistema judicial con
credibilidad, preservar la libertad de prensa y política, asegurar el cumplimiento y respeto de los
derechos humanos en sus dimensiones económicas, sociales y culturales.
En la mayoría de estos Estados, y específicamente en Irak, las fuerzas de seguridad
subordinadas al liderazgo político se encuentran en conflicto con milicias armadas de diversos
estratos de la sociedad. Estas milicias son el resultado de diferentes causas, pero todas
comparten un origen común: la ausencia de autoridad y la debilidad de las instituciones, las
cuales son dos características del vacío de poder.
Concretamente, en el caso iraquí se conjugan las características comunes e inherentes a los
Estados fallidos, como lo son: el fracaso interno y externo, la incompetencia e inexistencia de
voluntad para establecer orden y, finalmente, los incentivos para profundizar el sectarismo a
modo de hacer una instrumentalización de este último (Zapata & John, 2014).
En relación a las causas que llevan a categorizar a ciertos Estados como estados fallidos,
podemos distinguir entre aquellas de origen interno y las de origen externo. Dentro del primer
grupo, se incluyen la ausencia de infraestructura, la incapacidad para proporcionar servicios
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esenciales a la población, la incapacidad de asegurar la seguridad de los ciudadanos y la falta de
control sobre su propio territorio. Por otro lado, en el segundo grupo, que abarca aspectos más
amplios, se encuentran la intervención, la presencia y la ocupación militar de potencias
extranjeras, así como la imposición de sanciones al país. Todas esas problemáticas se reflejaban
en la realidad de Irak, lo que nos lleva a categorizarlo como un Estado fallido, como señalan
Cordesman y Khazai en 2014. Estos conceptos nos serán útiles para describir y analizar el
contexto que experimentó Irak cuando surgió el Estado Islámico.
Avanzando en el tema, un rmino que guarda relación con el vacío de poder y los Estados
Fallidos es el sectarismo, cuya comprensión resulta crucial, ya que a través de dicho concepto se
pueden esclarecer los principales problemas que afectaron a Irak. El sectarismo específica el
desarrollo de construcción de la identidad de un individuo poniendo en el centro su pertenencia
sectaria (entendida como religiosa, comunitaria, tribal o lingüística). Asimismo, hace referencia
a una ideología política que promueve la protección de una secta específica y la creación de un
sistema político organizado en torno a la afiliación tribal de los individuos, lo cual es altamente
evidente en la experiencia iraquí (Colombo et al, 2016) .
En este punto, es importante clarificar qué se entiende por Primavera Árabe, dado que la
debilidad que surgió posteriormente en la región del MENA en general, y en el caso de Irak en
particular, condujo a una mayor profundización del sectarismo como respuesta a un sistema
ineficiente, lo que, a su vez, facilitó el reclutamiento del Estado Islámico.
Este fenómeno se basó en una serie de demandas que se materializaron en levantamientos
populares a lo largo y ancho de la región. Su hito originario lo constituyó la autoinmolación de
Muhammad Bouazzizi en Túnez en diciembre de 2010. Estas manifestaciones se propagaron
rápidamente, dando lugar a diversas reacciones y consecuencias. Los ciudadanos de estos países
demandaban reformas estructurales en sus gobiernos y políticas que elevasen su calidad de vida.
Aunque algunos lograron cambiar sus gobiernos, otros se sumieron en conflictos civiles. El caso
de Irak se distinguió ya que las protestas no se consideraron parte de la Primavera Árabe pero sí
se vincularon, ya que los ciudadanos supieron aprovechar la coyuntura internacional para elevar
sus reclamos.
Siguiendo al autor Sierra Rodriguez (2014) se puede definir a este proceso como
Protestas populares (...) que dieron lugar a reformas políticas, cambios en las cúpulas de
poder y conflictos armados. (...) Se insiste en una situación de partida en la que
predominaba la falta de libertades ante regímenes autocráticos combinada con
corrupción y desigualdad, y a su vez con un descontento por la falta de oportunidades
de la población joven que suponía un caldo de cultivo que solo necesitaba de algún hito
que lo hiciese despertar (p.198).
En cuanto a la conceptualización que otorga Paredes Rodríguez (2021), se puede afirmar que la
primavera árabe:
Fue un proceso complejo y dinámico que afectó a la región de Medio Oriente y Norte
de África que alteró el status quo en el que hasta ese entonces se encontraba el Mundo
Árabe. En mayor o menor grado, todos los países que lo integran se vieron afectados
tanto en el ámbito doméstico como regional por una serie de cambios, en algunos casos
sin precedentes, cuyas consecuencias aún persisten (p.9).
En el contexto de Irak, esto marcó el inicio de un agravamiento en la falta de autoridad, lo que
tuvo repercusiones en su posición en relación con la comunidad internacional.
Ahora bien, en cuanto al Estado Islámico, ISIS por sus siglas en inglés o Daesh por su acrónimo
en árabe, este llegó a tomar posesión de más de un tercio del territorio iraquí, sumado a que
logró autofinanciarse, llegando de esa forma a poseer las características de un protoestado.
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Esto último se debió a que no fue reconocido por la comunidad internacional ni por el derecho
internacional. Priego Moreno (2014) lo define como
(..) un grupo no estatal, con estructura paraestatal y con vocación transnacional. Su
complejidad es muy grande ya que no es Estado, aunque lo pretenda (...). No es una red
terrorista internacional como lo era Al-Qaeda, sino más bien una escisión de esta que se
ha hecho fuerte en un territorio amplio: un territorio que se extiende entre Siria e Irak.
(...) El Estado Islámico tiene su origen en Irak, concretamente nace como reacción a la
ocupación norteamericana aunque la semilla ya llevaba algunos años en el país árabe
(p.491).
Vinculado a lo anterior, se ubica la definición de terrorismo. Este enfoque fue desarrollado por
múltiples entidades globales, en particular, las Naciones Unidas. No obstante, en la actualidad,
no existe una definición unívoca y global, ya que esta cuestión se encuentra en constante
discusión y revisión. Por su parte, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (CSNU) se
refiere al terrorismo como actos criminales, inclusive contra civiles, cometidos con la intención
de causar la muerte o lesiones corporales graves o de tomar rehenes con el propósito de
provocar un estado de terror en la población en general, en un grupo de personas o en
determinada persona, intimidar a una población u obligar a un gobierno o a una organización
internacional a realizar un acto o a abstenerse de realizarlo (Naciones Unidas, 2004).
Mientras que Corrales y Locatelli (2016) lo definen como “una guerra psicológica con
comportamientos racionales e irracionales, que involucra, en ambos casos, a quién va a realizar
la acción y a quienes sufrirán sus consecuencias (p.214)’’. En cuanto a las últimas, en el caso de
Irak se plasmaron en todos los sectores, siendo sus consecuencias prolongadas y agravadas con
el pasar del tiempo.
1. Desafíos post Primavera Árabe: el Gobierno de al-Maliki en Irak
En diciembre de 2010, Túnez se convirtió en el epicentro de una serie de disturbios que no
tardaron en extenderse a través de los países que conforman el MENA, generando una oleada de
protestas sin igual y cuyos desenlaces fueron diversos con el transcurso del tiempo.
Sin embargo, es relevante enfatizar que la situación en Irak era un tanto diferente, ya que las
protestas se originaron a raíz de las políticas que surgieron durante la intervención
estadounidense. Siguiendo el análisis de Diana M. Rojas (2012), este caso ilustra cómo una
intervención externa puede influir en los asuntos de un Estado, en este caso, Irak, en contra de
su voluntad debido a acciones de otro Estado, es decir, los Estados Unidos. Además, de acuerdo
con Cordesman y Khazai (2014), la intervención, presencia y ocupación militar extranjera
fueron factores externos que permiten considerarlo como un Estado fallido.
Una cuestión importante a destacar es que las protestas masivas de los países que atravesaron
por la Primavera Árabe fueron por momentos pacíficas, mientras que en Irak alcanzaron niveles
de violencia tan extremos que los manifestantes llegaron a tomar el control de las principales
instituciones gubernamentales (Alkifaey, 2014). Esto lleva a la conclusión de que los
levantamientos en Irak, aunque no se consideren parte del fenómeno de la Primavera Árabe,
estuvieron estrechamente relacionados. Esto se debe a que se creó un contexto propicio que
atrajo la atención internacional hacia los eventos que sacudían a toda la región.
Paralelamente a los turbulentos acontecimientos que se desarrollaban en la región, Irak le hacía
frente a una gran crisis política y de seguridad. La primera resultó de la persecución contra los
sectores sunitas de la población llevada a cabo por el propio gobierno de al-Maliki, en tanto que
la segunda estaba vinculada a la decisión del en ese entonces presidente Barack Obama de
retirar las tropas que se encontraban estacionadas desde 2003.
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A lo largo de ese periodo, se profundizaron las particularidades típicas y asociadas a los Estados
Fallidos, según lo definido por Zapata y John (2014), dentro de las cuales encontramos: el
fracaso interno y externo, la incompetencia y ausencia de voluntad para establecer orden y
finalmente las presiones internas y externas que intensifican las divisiones sociales.
En lo que concierne al gobierno del líder chiíta Nouri al-Maliki, quien ocupó el cargo de Primer
Ministro desde 2006, la situación se tornó complicada cuando las elecciones de 2010
favorecieron al Movimiento Nacional iraquí
1
. En respuesta, al-Maliki impugnó los resultados, lo
que desencadenó una profunda crisis de índole social y política en el país, a la vez que género
un período de gran incertidumbre sobre quién lideraría el país hasta las elecciones programadas
para 2014. Tras una serie de pronunciamientos y desafíos legales por parte del Tribunal
Supremo Federal de Irak, el 7 de noviembre de 2010 se anunció un Acuerdo Nacional
2
entre los
principales partidos políticos iraquíes, resultando en la reelección de al-Maliki como Primer
Ministro, aunque no sin disturbios (Cuadro, 2010).
En 2012, al-Maliki inició una fase de gobierno caracterizada por una fuerte represión y medidas
en contra de cualquier voz crítica que se alzara en su contra. Ello marcó el comienzo de una
campaña de persecución contra sus opositores, así como detenciones indiscriminadas de
antiguos partidarios del baazismo, alegando que estos últimos estaban conspirando para llevar a
cabo un golpe de estado y derrocar a su gobierno. Sin embargo, lo que al-Maliki y su gobierno
no consideraron fue que los enfrentamientos internos entre ciudadanos contribuyeron en gran
medida al surgimiento del Estado Islámico. La campaña de persecucioón, especialmente
dirigida hacía los sectores y lideres políticos sunies, condujo a que estos se unieran de manera
engañosa a las filas del grupo yihadista, creyendo erróneamente que su principal objetivo era
derrocar al gobierno chiíta opresor (Rojo Perez, 2012).
Como resultado, en el período inmediatamente posterior a las manifestaciones de 2011, las
protestas en Irak se intensificaron a la vez que escalaron los niveles de violencia. Situación que
se originó principalmente debido al descontento provocado por las políticas de marginalización
implementadas por el gobierno de al-Maliki, la falta de servicios públicos adecuados y la
extensa campaña antiterrorista sobre las comunidades sunitas. Fue ese malestar el que abrió
camino para la aparición del Estado Islámico en junio de 2014 (Rojo Perez, 2012).
Desafíos y vulnerabilidades: un análisis de las debilidades políticas, Sociales y Securitarias
2.1 Debilidades políticas
La historia política de Irak da cuenta de una serie de desafíos que afectaron profundamente a
todos los aspectos de la vida política y ciudadana, al tiempo que socavaron continuamente la
estabilidad del Estado. Desde las elecciones parlamentarias que se llevaron a cabo después de la
caída de Saddam Hussein, los gobiernos sucesivos intentaron unificar en una fórmula política
1
También identificada bajo los nombres de al-Iraqiya o Lista iraquí. Una característica distintiva de esta
alianza es un enfoque laico y no sectario. Además, la alianza incluía la adhesión de pequeños partidos que
representaban diversas etnias y confesiones religiosas.
2
El acuerdo estipulaba que Nouri al-Maliki, chiita y líder de la Coalición de Estado de Derecho en ese
momento, continuaría como primer ministro, mientras que la principal facción sunita asumiría el cargo de
presidente del Parlamento, con Iyad Allawi como su líder, a la vez que este último dirigiría el Consejo de
Estrategia Nacional. En paralelo, los kurdos ocuparían la presidencia con poderes no ejecutivos.
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común a los diversos actores que conforman la sociedad iraquí, pero no tuvieron éxito en su
intento. En lugar de recuperar la estabilidad institucional y la legitimidad gubernamental, lo que
ocurrió fue que las instituciones gubernamentales existentes fueron desmanteladas para dar paso
a nuevas que se basaban en valores y costumbres diferentes a los anteriores.
La corrupción, la fragmentación étnica, la debilidad institucional, la crisis de legitimidad y de
autoridad, eran los principales problemas que se combinaron en el interior del país y facilitaron
la amenaza y posterior arrebato de territorios por parte del Estado Islámico (Alaaldin, 2017).
Además, es importante señalar que las deficiencias mencionadas devinieron en los factores
internos que contribuyeron a la identificación de Irak como un Estado Fallido (Cordesman &
Khazai, 2014).
Con el fin de comprender la estructura sociopolítica característica de Irak, es importante tener
en cuenta que esta se fundamenta en el concepto de “sectarismo”, lo que significa que la
identidad desempeña un papel fundamental en la comprensión de su dinámica interna como
también de su fragmentación. El sistema sectario que rige en Irak se consolidó en el ámbito
político mediante un sistema de cuotas, conocido como muhasasa por su nombre en árabe o
acuerdo de poder político compartido, el cual fue impuesto por Estados Unidos. Este ha sido un
sistema de distribución de poder que se fundamentaba en la premisa de otorgar representación
según la mayoría étnica, de modo que las instituciones, los ministerios y los diversos cargos se
asignaban de manera que reflejaran con precisión la composición étnica-religiosa del país
(Alaaldin, 2018).
Esa estructura política, impuesta desde el exterior, dio lugar a una participación inusual de
actores extranjeros en la formulación de normas, valores, instituciones y sistemas que
configuraban el orden regional, impactando significativamente en la distribución de poder a
nivel regional. Así, se considera a Irak como país intervenido y transformado para establecer
instituciones y valores que difieren de su identidad social (Colombo et al, 2016). En lugar de
establecer un sistema gubernamental sólido y armonioso en el que se compartiera la autoridad,
las divisiones étnicas y sectarias se intensificaron, dando lugar a una serie de conflictos
recurrentes y tensiones significativas en el país (Dawood, 2016).
En consecuencia, se puede argumentar que la esencia misma del sistema político en Irak se
contabiliza entre las principales razones de su debilitamiento y la aparición del vacío de poder
que lo caracterizó. Aunque se trata de una democracia con un sistema de cuotas sectarias, lo
cual, en teoría, podría ser beneficioso en un país con diversidad étnica y por ende sectaria, en la
práctica, esto obstaculizó la eficacia del gobierno. En lugar de colaborar en beneficio del Estado
en su conjunto, las numerosas facciones políticas se centraron más en la satisfacción de sus
propios intereses y seguidores (Atwan, 2012).
Esta situación desencadenó una crisis de autoridad, dando lugar al surgimiento de las
denominadas autoridades alternativas o sub-autoridades. Esas entidades, que operaban a nivel
subestatal, desafiaban la autoridad y los recursos del Estado, y en ciertas ocasiones, asumían
funciones que este último no podía llevar a cabo de manera efectiva (Alaaldin, 2018). Además,
reemplazaron al gobierno en tareas relacionadas con la prestación de servicios públicos, la
resolución de conflictos locales y la administración de la seguridad y la justicia. Ejemplos de
estas autoridades alternativas incluyen a influyentes líderes religiosos o tribales, milicias y
organizaciones yihadistas como el Estado Islámico.
2.2 Debilidades sociales
En Irak, el 97% de la población practica el islam, dividiéndose en chiítas (60%) y sunitas (37%),
mientras que una minoría del 3% incluye a cristianos, caldeos, asirios, yazidíes y sabeos. La
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diversidad étnica y religiosa de Irak desempeña un papel fundamental en la comprensión de las
debilidades que el país fue experimentado y profundizando con el tiempo, en vista a su histórico
escenario de conflictos y violencia étnico-sectaria (Alkifaey, 2014; Oficina de Información
Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores, UE y Cooperación, 2022).
Las tensiones entre chiítas y sunitas se agravaron cuando Nouri al-Maliki comenzó su segundo
mandato como primer ministro en 2010. Tras tres décadas de dominio sunita bajo el Partido
Baaz, la situación se invirtió con la remoción del gobierno, y los chiítas, que habían sido
marginados, ascendieron al poder con una marcada represión hacia los sunitas. Cuando el
Partido Dawa asumió el gobierno con al-Maliki como primer ministro, los chiítas se
convirtieron en la fuerza predominante en los ámbitos económico, político y de seguridad,
respaldados por un gobierno afín. Ese cambio de poder intensificó las tensiones étnico-sectarias,
alejando aún más la posibilidad de unidad nacional. Las divisiones en la población iraquí se
reflejaron en la estructura de poder del país, resultando en un sistema fragmentado e inestable y
desencadenando una creciente crisis política y social (Dawood, 2016).
La élite gobernante iraquí empleó de manera sistemática la narrativa como una estrategia para
movilizar a la población y asegurar su respaldo, distrayendo así la atención de su deficiente
gestión política. De tal forma que, el sectarismo se convirtió en una herramienta poderosa, a
expensas de la unidad nacional (Alaaldin, 2018).
Tomando en consideración estos puntos, se hace evidente que la suposición de que la división
de Irak en líneas sectarias y religiosas conduciría a la paz resultó ser equivocada. En lugar de ser
una solución, como se comprobó, el régimen sectario establecido emergió como una de las
principales fuentes de inestabilidad y debilidad en el país. Como consecuencia, la mayoría de
los ciudadanos iraquíes buscaron poner fin a dicho sistema, como lo demostraron las recurrentes
protestas que comenzaron en 2011 y que continuaron a lo largo del periodo analizado.
De acuerdo con lo mencionado, cuando el sistema en mismo profundiza las divisiones,
especialmente entre las comunidades chiitas y sunnitas, la tarea de preservar la unidad de los
iraquíes y forjar una identidad nacional se convierte en un desafío considerable y se vuelve
crucial para mantener la estabilidad en Irak. Ello se tradujo en una serie de debilidades y áreas
de poder vacías que fueron explotadas por insurgentes y grupos terroristas, en particular el
Estado Islámico, que supo sacar partido de dichos espacios a través de las acciones in situ
(Alkifaey, 2014; Dawood, 2016)
2.3 Debilidades securitarias
Un aspecto fundamental en Irak ha sido la ausencia de seguridad, también conocida como vacío
de seguridad o security gap, el cual se agravó tras la retirada de las fuerzas estadounidenses en
diciembre de 2011. Durante su campaña presidencial, Barack Obama asumió un compromiso
concreto: la retirada de las fuerzas armadas desplegadas en Medio Oriente desde el inicio de la
Guerra Global contra el terrorismo, que fue iniciada por el presidente George W. Bush en
Afganistán e Irak en 2001 y 2003, respectivamente. Esta postura se evidenció de manera clara
en su enfoque hacia la opinión pública en un entorno global complicado, caracterizado por la
crisis financiera de 2008.
Por lo tanto, una vez en la Casa Blanca, en febrero de 2009, canalizó todos sus esfuerzos hacía
la recuperación de la confianza de los ciudadanos estadounidenses y su liderazgo a nivel
internacional. Para lograrlo, presentó un plan detallado de retirada de las tropas estadounidenses
en Irak mediante un discurso. Esta acción fue formalmente anunciada el 21 de octubre de 2011
y se llevó a cabo el 18 de diciembre del mismo año, cuando las últimas unidades cruzaron la
frontera hacia Kuwait (Ruiz González , 2012).
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El lema que caracterizó su presidencia, Time for nation building at home”, delineó de manera
simple la dirección que tomaría su política interna. a través de dicha consigna señalaba que era
el momento de iniciar gradualmente la retirada de las tropas de Medio Oriente y centrarse en
cuestiones de seguridad y economía en el territorio estadounidense. Esto incluía la generación
de empleo, la mejora de la educación, la promoción de la energía renovable y la modernización
de sistemas de transporte y comunicación (Garcia Cantalapiedra, 2009).
La retirada definitiva de las tropas se llevó a cabo según el calendario previamente acordado
entre ambos gobiernos y se concretó el 18 de diciembre de 2011, marcando el final de 9 años de
ocupación. El despliegue de soldados estadounidenses alcanzó la cifra de 160.000, con 4.500
bajas en combate y un total de 115.000 víctimas civiles, en su mayoría iraquíes. Además, se
informó que el gasto en inversiones, bases militares y armamento superó los 800.000.000 de
dólares. Contrariamente a las expectativas previas, la partida de las últimas tropas de un
territorio iraquí completamente devastado y una situación política, social y de seguridad
altamente compleja (Gardner, 2021).
Aunque eran pocos los líderes políticos iraquíes que admitían públicamente la necesidad de
apoyo norteamericano, una gran parte de los miembros de las fuerzas de seguridad aseguraban
que las tropas estadounidenses debían permanecer más allá del plazo acordado, a razón de la
importancia de continuar con las labores de entrenamiento y asesoramiento que aún eran
necesarias. El general iraquí Fadhel al-Barwari, quien en ese momento comandaba la Fuerza de
Operaciones Especiales de Irak, llegó a reconocer que “(...) los estadounidenses tienen que
quedarse porque nosotros, los iraquíes, no controlamos nuestras fronteras” (Arango, 2011).
Asimismo, los líderes militares de alto rango en Irak habían recomendado al primer ministro
chiita que era esencial que algunas fuerzas extranjeras permanecieran en el país. Esta sugerencia
fue respaldada por numerosos funcionarios estadounidenses. No obstante, esta solicitud no se
materializó, lo que resultó en una marcada falta de seguridad y, finalmente, en el retorno de las
fuerzas estadounidenses y europeas para hacer frente a los grupos yihadistas que posteriormente
tomarían el control de las áreas desprovistas de autoridad.
Con el correr de los meses la situación securitaria se fue agravando. El 20 de marzo de 2012,
coincidiendo con el noveno aniversario de la invasión y la caída del régimen baazista, se
desencadenó una nueva ola de ataques terroristas. Esos ataques se consideraban como parte de
una guerra psicológica que involucraba comportamientos racionales e irracionales, y afectaba
tanto a quienes los perpetraban como a quiénes sufrían sus consecuencias. En el caso de Irak,
los ataques se manifestaron en todos los niveles y sus efectos se prolongaron y empeoraron con
el tiempo.
Esa situación llea la comunidad internacional a describir a Irak como un Estado hobbesiano,
agudizando su condición de fallido, ya que carecía de sus propias fuerzas armadas para hacer
cumplir las leyes y mantener el orden dentro de sus fronteras. En ese momento crítico, se
destacó el surgimiento y la función de las milicias tribales, las cuales, en su formación inicial, se
basaron principalmente en consideraciones étnicas y religiosas (Alaaldin, 2018).
Los grupos insurgentes y yihadistas supieron aprovechar la precaria situación en la que se
encontraba el país tres meses después de la retirada de las fuerzas estadounidenses. Las
tensiones étnicas, la violencia sectaria y la persecución por parte de las autoridades chiitas
minaron la frágil estabilidad de la región. El grupo Estado Islámico de Irak se atribuyó la
responsabilidad de esos ataques, lo que ponía en evidencia la ineficacia de las medidas de
seguridad gubernamentales y la falta de capacitación y asesoramiento adecuados para las
fuerzas de seguridad de Irak (Arango, 2011; Ruiz González, 2012).
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3. Surgimiento y expansión del Estado Islámico
3.1 Génesis fundacional: de la ocupación de Irak a la proclamación del Califato
A pesar de que el Estado Islámico se consolidó en 2014 cuando el mundo fue testigo de sus
atrocidades y su toma de territorios en Irak y Siria, sus orígenes se remontan a la década del ‘90
en Afganistán. En ese contexto, cuando este último estaba en conflicto con Estados Unidos,
surgió la figura clave de al-Zarqawi
3
, un extremista Islámico jordano que luchó contra las
fuerzas estadounidenses. En 1999, con el respaldo financiero de Bin Laden
4
, al-Zarqawi y al-
Baghdadi
5
fundaron un grupo rebelde sunita conocido en árabe como Jund al-Sham, que se
traduce como el "Ejército de Siria" o “Soldados del Levante” (Jordan, 2015).
Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, la administración liderada por George
W. Bush inició una Campaña Global contra el Terrorismo y, como respuesta a esa medida, en
2004, al-Zarqawi y al-Baghdadi huyeron a Irak, donde establecieron una nueva entidad
conocida como Yama'at al-Tawhid wa al-Yihad, que traducido al español significaba
Organización del Monoteísmo y la Yihad. Desde la perspectiva de su estructura organizativa y
sus fundamentos ideológicos, este grupo armado yihadista se consideró el precursor de lo que
posteriormente se conocería y consolidaría como el Estado Islámico (Corrales & Locatelli,
2016).
Ante la crueldad y persecución hacía los sectores sunitas de la población, ese mismo año, al-
Zarqawi le juró fidelidad al grupo terrorista al-Qaeda y renombró su grupo con el nombre de al-
Qaeda en la Tierra de los Dos Ríos, o al-Qaeda en Irak (AQI). Tal juramento tuvo sus
motivaciones en el oportunismo político, tanto del lado de Bin Laden como el de al-Zarqawi, en
palabras de Jordan (2015), ‘’al-Qaeda quería tener presencia en Irak y al-Zarqawi deseaba atraer
voluntarios y financiación adoptando la marca más valorada por aquel entonces en los entornos
islamistas radicales’’ (Jordán, 2015, p. 113).
En 2006, tras la muerte de al-Zarqawi en manos de los norteamericanos, al-Baghdadi asumió el
rol de líder del grupo. Este había pasado cinco años de su vida detenido en Camp Bucca
6
, lugar
desde dónde reclutó y adoctrinó a futuros combatientes del grupo yihadista, entre estos la
mayoría eran sunitas perseguidos por el gobierno (Fideleff, 2021).
Después de que las fuerzas estadounidenses se retiraran de Irak en diciembre de 2011, Camp
Bucca fue cerrado, lo que resultó en la liberación de todos sus detenidos. Ese acontecimiento
tuvo lugar en un momento en el que la represión del gobierno chiita era tan intensa que aca
facilitando el reclutamiento. En respuesta, al-Baghdadi anunció la formación de un nuevo
movimiento sunita, denominado Estado Islámico de Irak (ISI por sus siglas en inglés), que se
levantó en oposición al primer ministro Nouri al-Maliki. En términos de su estructura, el ISI
contó con un gabinete organizativo y abarcó seis provincias sunitas (Corrales & Lo catelli,
2016).
3
Abu Musab al-Zarqawi (1966 - 2006) fue un jordano que se convirtió en extremista Islámico en
Afganistán en los ‘80. Una vez que las tropas de EE.UU. ingresaron a dicho país, escapó a Jordania dónde
se lo arrestó. En 1999 fue liberado y retornó a Afganistán para seguir luchando. Luego del 11-S escapó
hacía Irak. (Corrales & Locatelli, 2016).
4
Osama Bin Laden (1957 - 2011) fue un saudi fundador y líder de la organización panislamista militante
al-Qaeda.
5
Abu Bakr al-Baghdadi (1971 - 2019) fue un terrorista yihadista, autoproclamado califa del Estado
Islámico en 2014. Previamente realizó sus estudios en la Universidad Islámica de Bagdad y se doctoró en
Cultura Islámica y Sharia (Stern & Berger, 2015).
6
Camp Bucca fue un centro de detención clandestino estadounidense de prisioneros ubicado en Um
Kasar, a las afueras de la ciudad de Basora, en el desierto del sur de Irak. En esa cárcel coincidieron
algunos de los principales líderes islamistas y militares del ejército del gobierno de Saddam Hussein.
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La persecución sectaria llevada a cabo contra los sunitas, establecida como política oficial por el
gobierno de al-Maliki, junto con la debilidad de las instituciones, la falta de servicios públicos y
la retirada de las fuerzas estadounidenses en 2011, crearon las condiciones favorables para el
surgimiento del proyecto yihadista del Estado Islámico en Irak. Según Fideleff (2021), “los
árabes sunitas se vieron despojados de sus derechos y no tuvieron otra opción más que respaldar
la insurgencia”(p.461).
3.2 Anatomía de una organización extremista
Al establecerse como una entidad estatal, el Estado Islámico se erigió sobre una estructura
jerárquica que incluía varios niveles de autoridad. En la cúspide se encontraba el líder supremo
del grupo, en ese momento, el autoproclamado califa al-Baghdadi. Le seguían dos comandantes,
uno encargado de Irak, al-Turkmani, y otro de Siria, al-Ambari, a quienes reportaban y
obedecían los gobernadores de las provincias de ambos países. Estos gobernadores supervisaban
a su vez nueve ministros responsables de distintas áreas o consejos, como se detalla más
adelante. En resumen, el Estado Islámico se organizó tomando en consideración su geografía
como factor clave (Corrales y Locatelli, 2016).
El grupo yihadista operaba con una sólida estructura compuesta por ocho instituciones -ver
figura 1-, también conocidas como Consejos, que tenían un papel fundamental en la dirección
política, militar y religiosa del autoproclamado Califato. Entre esos Consejos se encontraban el
Consejo de Finanzas, encargado de las transacciones relacionadas con la compra y venta de
armas, así como la comercialización de petróleo y otros productos; el Consejo de Liderazgo,
responsable de la formulación de leyes y políticas; el Consejo Militar, encargado de la
supervisión de las operaciones militares; el Consejo Legal, que tomaba decisiones en relación al
reclutamiento y las ejecuciones; el Consejo de Asistencia al Combatiente, que proporcionaba
apoyo a los combatientes extranjeros; el Consejo de Seguridad, encargado de las ejecuciones
internas; el Consejo de Inteligencia, que suministraba información sobre el enemigo; y, por
último, el Consejo de Medios, encargado de regular los medios de comunicación y el proceso de
reclutamiento (Corrales y Locatelli, 2016).
Figura 1
Anatomía de ISIS. Fuente: Thomson & Shubert (2015)
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Dicho de otro modo, el autodenominado Estado Islámico, mientras llevaba a cabo su estrategia
de expansión territorial desde Irak, “cr silenciosamente una estructura de gestión eficaz a
través de iraquíes que supervisaban especialmente los departamentos de finanzas, de gobierno
local, operaciones militares y reclutamiento” (Corrales & Locatelli, 2016, p.270).
3.3 Finanzas del terror: como el Estado Islámico financia sus operaciones
El grupo logró una expansión territorial significativa, por lo tanto, resulta esencial analizar las
fuentes de financiamiento a las que recurrió para entender cómo operaba la organización y la
estructura que logró formar. (Alvarez Rubial, 2016). De acuerdo con el lema ‘mantenerse y
expandirse’, el Estado Islámico necesitaba acceder a una gran cantidad de recursos y fuentes de
financiamiento. Esto le permitiría movilizar sus operaciones, perseguir sus metas y llevar a cabo
sus actividades, y con el tiempo, sus métodos se volvieron más variados y profesionales.
La conquista territorial que logró le proporcionó una gran capacidad para adquirir recursos
financieros y expandir aún más el sistema financiero que estaba estableciendo. Siguiendo a
Alvarez Rubial (2016) se puede afirmar que “el grupo es heterodoxo en sus actuaciones, con
una estética muy occidental y con métodos muy lejanos a la austeridad religiosa tradicional
árabe y también en la gestión profesionalizada de sus finanzas’’(p.3).
Las fuentes de generación y adquisición de recursos pueden ser clasificadas en tres categorías
según su relevancia, a saber: primarias, secundarias y terciarias. Dentro de las primarias se
incluía la explotación y el comercio internacional de petróleo. En cuanto a las secundarias, se
dividían en dos categorías, una relacionada con las actividades del crimen organizado y la otra
vinculada a las tasas e impuestos establecidos por el grupo. Por último, en tercer lugar, se
situaba la financiación proporcionada por naciones externas y organizaciones terroristas
(Carrión, 2014).
Con relación a la fuente de ingresos primordial, el sector petrolero desempeñaba en el momento
que ISIS llegó al poder un papel central en la economía de Irak, siendo responsable de alrededor
del 85% de los ingresos del gobierno y el 80% de los ingresos en moneda extranjera. Esta
situación hizo que las refinerías se convirtieran en objetivos militares para el Estado Islámico,
ya que representaban la manera más segura de obtener ingresos rápidos. Tras la sorprendente
toma de la región de Mosul en el norte de Irak en junio de 2014, el grupo adquirió control sobre
siete campos petroleros, la planta de gas de Shaar y la refinería de petróleo más grande del país
en Baiji. De esa manera, los yihadistas generaron ingresos a través de la producción de petróleo,
que en ese momento se estimaba en un rango de 30.000 a 80.000 barriles diarios, lo que se
traducía en una recaudación diaria de alrededor de 2.000.000 de USD en ventas en el mercado
negro (Espinosa, 2014).
El grupo se estableció en las proximidades de las cuencas de los ríos Tigris y Éufrates, áreas de
vital importancia para la extracción y transporte de petróleo. Como se evidencia en el mapa, fue
desde allí donde se planificó y llevó a cabo la venta clandestina de petróleo en el mercado
negro.
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Principales rutas de contrabando de petróleo por parte del Estado Islámico a través de camiones cisterna.
Fuente: Alvarez Rubial, 2016.
Sin embargo, en 2014, se experimentó una disminución en el precio del petróleo a raíz de un
acuerdo entre los países productores que implicaba un aumento en la producción de barriles con
el objetivo de reducir deliberadamente el precio y, por ende, ejercer presión sobre el Estado
Islámico para que disminuyera sus ingresos. El precio del barril Brent, que se encontraba en 104
USD en abril de 2014, cayó a 45 USD en febrero de 2015 y a 41 USD en marzo de 2016,
afectando de manera considerable la principal fuente de ingresos del grupo terrorista (Alvarez
Rubial, 2016; Carrión, 2015; Corrales & Locatelli, 2016).
En cuanto a las fuentes de financiamiento secundarias, es factible identificar dos categorías
distintas. Por un lado, las actividades vinculadas al crimen organizado, tales como la extorsión a
minorías religiosas, el contrabando de armas, la recaudación de peajes en las zonas y rutas bajo
su control, el cobro de rescates por secuestros, la venta de materiales desmantelados, la
comercialización de piezas arqueológicas, el tráfico de órganos y el pillaje de bancos centrales
7
.
Por otro lado, los impuestos aplicados por el grupo, tales como, tributos a la propiedad de
vehículos, los combustibles, la escolarización, la utilización de cajeros automáticos, los
impuestos revolucionarios a las empresas, la confiscación de granos y maquinaria agrícola, y las
tarifas por cruzar su supuesta frontera con Irak (Espinosa, 2014).
Con relación con las fuentes terciarias, al-Qaeda fue inicialmente acusada de financiar las
actividades del grupo terrorista como si fuera una entidad afiliada, aunque con el tiempo se fue
distanciando de él. De manera similar, varios gobiernos fueron señalados como proveedores de
fondos y armas al Estado Islámico, entre los cuales se destacaron el Reino de Arabia Saudita,
Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos, con la principal finalidad de derrocar al régimen sirio de
Bashar al-Assad. Se estimó que solo de parte de estos países, el grupo recibía ingresos por
aproximadamente 3.000.000 de dólares al día (Ackerman, 2015).
En respuesta a esta situación, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó el 17 de
diciembre de 2015 la Resolución 2253
8
bajo el Capítulo VII de la Carta de la organización. Esta
resolución implicó la transformación del Comité de Sanciones contra al-Qaeda en el Comité de
7
Cuando el grupo Estado Islámico tomó la ciudad de Mosul saqueó su banco central, del cual se hizo con
un botín de alrededor 400.000.000 de USD (El Mundo, 2015). Recuperado de:
https://www.elmundo.es/papel/historias/2015/11/11/56422776268e3efc608b45e5.html
8
Texto completo de la Resolución 2253 de Naciones Unidas. Recuperado de:
https://press.un.org/en/2015/sc12168.doc.htm
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Sanciones contra el Estado Islámico y al-Qaeda. Además, instó a los estados miembros a tomar
medidas de bloqueo económico y restricción de viajes a través de los territorios de los estados
miembros de las Naciones Unidas para individuos vinculados a las actividades del grupo
yihadista. También se impuso un embargo de armas al grupo y se creó una base de datos de
personas y organizaciones que financiaban al Estado Islámico. Desde la implementación de esta
Resolución, combinada con la mencionada caída en el precio del petróleo, los resultados no se
hicieron esperar y el grupo comenzó a debilitarse en cuestión de meses debido a las dificultades
que encontró para financiar sus operaciones militares.
3.4 El avance de Daesh en 2014
El año 2014 marcó un momento crucial en la historia de Irak con el avance territorial de Daesh
y la llegada de un nuevo gobierno encabezado por al-Abadi como primer ministro. Debido al
control que el grupo yihadista ejercía sobre las principales refinerías, el gobierno se encontraba
en una situación de escasez de recursos energéticos, lo que a su vez resultaba en una
disminución de las divisas disponibles para enfrentar al grupo y satisfacer las demandas de la
sociedad que se resentía por la falta de infraestructura, seguridad y servicios públicos. Además,
no se puede subestimar la pérdida de confianza y credibilidad en las instituciones
gubernamentales, una tendencia que se había gestado desde los levantamientos de febrero de
2011 y que alcanzó su punto máximo en 2014, cuando el Estado Islámico se apoderó de gran
parte del país. Estos factores son esenciales para entender el motivo por el cual muchos
ciudadanos se unieron a las filas del grupo terrorista.
Como señala Paredes Rodríguez (2016), el lema que caracterizaba al Estado Islámico era
“permanecer y expandirse”. Para alcanzar este objetivo, además de contar con la estructura y el
financiamiento discutidos previamente, el grupo requería reclutar seguidores que compartieran
la visión del Califato. En esta línea, el reclutamiento de jóvenes se llevaba a cabo a través de un
mensaje religioso que se combinaba con la promesa de aventura, emoción y solidaridad, lo que
llevaba a muchos jóvenes de distintos países a huir de sus hogares para unirse al Califato
(Jordan, 2015).
Aprovechando los vacíos que iba dejando el Estado en cuanto al cumplimiento de sus funciones
fundamentales, el grupo comenzó a proporcionar servicios básicos como agua, electricidad y
gas. Además, subsidiaba alimentos, establecía límites de precios para el alquiler de viviendas y
ofrecía transporte público de forma gratuita. También realizó inversiones en mejoras de la
infraestructura pública, la atención médica y la educación. Por esas razones, se le atribuyen las
características de un protoestado, ya que no solo ofrecía servicios, sino que también tomó
posesión de extensos y estratégicos territorios. Al mismo tiempo, tenía la capacidad de
autofinanciarse y recaudar impuestos a través de una organización administrativa.
Si bien la lógica de castigos fue brutal ejecuciones por crucifixiones o lapidación,
amputaciones de extremidades como castigo por asesinato, adulterio y robo la
prestación de servicios sociales, posicionó al Estado Islámico (EI) como una alternativa
de Estado viable en contextos de conflicto donde era más probable que los civiles
aceptaran las normas hostiles (Fideleff, 2021, p. 470).
Para cumplir con su objetivo, llevaron a cabo un entrenamiento intensivo tanto en términos
militares como religiosos de sus combatientes, con el fin de contar con fuerzas altamente
adoctrinadas y altamente profesionales. Para lograr esto, establecieron campos de entrenamiento
en los cuales los aspirantes a unirse al grupo eran sometidos a un riguroso programa de
preparación física y psicológica que se extendía durante semanas antes de ser desplegados en el
campo de batalla (Lister, 2014).
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Su influencia era tan grande que el 5 de julio de 2014, al-Baghdadi realizó su primera aparición
pública en la gran mezquita de Mosul, donde se autoproclamó como Califa Ibrahim
9
y declaró
que, bajo su califato, la comunidad islámica recuperaría sus derechos y honor. En consecuencia,
exigió la sumisión de todos los fieles musulmanes en todo el mundo. Esta declaración fue
recibida con una profunda devoción por parte de los seguidores del Estado Islámico (Corrales &
Locatelli, 2016; Fideleff, 2021; Stern & Berger, 2015).
La fase armada que sucedió a la autoproclamación tuvo inicio en agosto del mismo año con el
asedio a las comunidades yazidíes
10
que habitaban en el Monte Sinjar. Estas comunidades se
vieron obligadas a desplazarse y buscar refugio en las alturas del monte, donde posteriormente
fueron tomadas como esclavas por los combatientes sunitas, quienes cometieron las peores
atrocidades en nombre del islam contra las mismas
11
. Al mismo tiempo, a través del Consejo de
Propaganda, se propagaron ejecuciones de rehenes con el objetivo de demostrar la peligrosidad
de enfrentarse a su avance. Esta difusión se realizaba mediante cuentas tanto oficiales como no
oficiales en diversas plataformas, a través de usuarios de base que compartían la información en
foros yihadistas de confianza (Milton, 2014).
Al completarse el primer año desde la declaración del califato, el Estado Islámico estaba
experimentando un éxito notable. En mayo de 2015, el grupo consolidó su presencia en Ramadi,
que era la capital de la provincia de al-Anbar, ubicada a solo 100 kilómetros de Bagdad, lo que
aumentó la percepción de amenaza del grupo yihadista en la capital iraquí. Sin embargo, los
mayores logros del grupo en ese año incluyeron recibir 21 solicitudes de afiliación de diversos
grupos extremistas en la región de Oriente Medio y África del Norte, lo que les abr la
posibilidad de expandir sus fronteras (Wood, 2015).
Por lo tanto, el grupo yihadista se asentó en el norte de Irak, llegando a ocupar un tercio del
país. Esta presencia no siempre se traducía en un control efectivo, pero afectaba a más de
6.000.000 de personas que vivían en esas zonas.
3.5 Estrategias Clave para su Derrota y Declive
Ante el avance sostenido del Estado Islámico, el 5 de septiembre de 2014, se celebró una
reunión en Gales, Reino Unido, que contó con la participación de los países miembros de la
OTAN
12
. En este encuentro, se acordó la creación de una coalición denominada Coalición
Internacional contra el Estado Islámico (ISIS) de Irak y el Levante, también conocida por su
nombre en inglés Combined Joint Task Force. Esa coalición fue establecida con el propósito de
derrotar al grupo extremista Islámico, instruir a las fuerzas de seguridad iraquíes y compartir
información crucial para el éxito de las operaciones conjuntas. Se estableció que el Mando
Central de Estados Unidos coordinaría estas acciones, las cuales serían llamadas Operaciones de
Resolución Inherente (Pearson, 2014).
9
Tomado de su verdadero nombre: Ibrahim Awwad Ibrahim Ali al-Badri al-Samarrai.
10
El yazidismo es una religión minoritaria que se remonta al año 2000 a.C. y que tiene sus orígenes en el
Zoroastrismo. Son una comunidad que vive mayoritariamente en la provincia de Nínive, en el norte de
Irak, en las regiones de Sinjar y Shaiya, siendo su epicentro la ciudad de Mosul.
11
Ejecutaron y los amontonaron en fosas comunes a los hombres y mujeres que se negaban a seguir
órdenes o que consideraban inútiles para ser sus esclavos, torturaron, y vendieron en calidad de esclavas
sexuales adolescentes y niñas. El fin era torturarlos hasta exterminar a la minoría religiosa. Actualmente,
ONG’s yazidies en conjunto con Naciones Unidas buscan que la comunidad internacional reconozca los
actos perpetrados por el grupo terrorista como genocidio yazidi (Murad, 2018).
12
Organización del Tratado del Atlántico del Norte.
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De ese modo, se pretendía transmitir la firme determinación y el profundo compromiso de
Estados Unidos y sus aliados en la región y en todo el mundo para erradicar al grupo terrorista y
la amenaza que representaba para Irak y la región. El presidente estadounidense calificó al
grupo como una organización terrorista, al demostrar que sus acciones se ajustaban a la
definición de terrorismo establecida por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Frente a la gravedad del entorno regional, apenas dos días después de que los países miembros
de la OTAN hicieran público su anuncio, los ministros de Relaciones Exteriores de la Liga
Árabe se congregaron para establecer un mecanismo de alerta temprana que posteriormente
daría lugar a la creación de una coalición compuesta exclusivamente por fuerzas árabes. El
objetivo de esta coalición era brindar apoyo a las naciones vecinas en su lucha contra los
extremistas militantes
13
.
En París, aproximadamente cuarenta naciones adicionales expresaron su interés en unirse a la
Coalición Internacional entre estos países figuraban Egipto, Jordania, Líbano, Bahréin, Omán,
Arabia Saudita, Kuwait, Qatar y Emiratos Árabes Unidos. De manera significativa, estos tres
últimos estados pusieron a disposición sus bases aéreas para que fueran utilizadas como punto
de partida para las operaciones aéreas de la coalición, en lugar de los portaaviones
estadounidenses en el Golfo Pérsico (Pearson, 2014).
En el transcurso de noviembre, las fuerzas de seguridad de Irak lograron retomar el control de la
refinería de petróleo más importante de Baiji, ubicada al noroeste de Bagdad. Dicha refinería
había estado bajo el dominio del Estado Islámico desde la caída de Mosul. Como resultado de
esa acción, la producción diaria de petróleo de los pozos y refinerías que habían sido capturados
previamente por el grupo yihadista se redujo drásticamente, pasando de 80.000 barriles diarios a
tan solo 20.000 barriles. Desde la perspectiva de Estados Unidos, la disminución de los recursos
económicos del Estado Islámico se consideraba una herramienta crucial, ya que estos fondos
eran esenciales para mantener su capacidad de combate (Schmidt, 2016).
A finales de 2014, efectivos militares y equipos estadounidenses comenzaron a llegar a la base
aérea de al-Assad, ubicada en la provincia iraquí de Anbar. Su tarea principal consistía en
capacitar a 5.000 nuevos reclutas iraquíes cada seis semanas, con el propósito de que se unieran
a las fuerzas de la coalición. Este acontecimiento fue de gran relevancia, ya que representó el
retorno oficial de Estados Unidos a Irak, exactamente tres años después de su retirada. En
términos de estrategia de combate, la Administración Obama dio prioridad en su programa
antiterrorista a las intervenciones rápidas, que incluían operaciones especiales y ataques con
drones, en lugar de despliegues militares en el campo de batalla o esfuerzos de reconstrucción
estatal (Gates, 2014).
En lo que concierne al avance de la coalición, en sus inicios se caracterizó por avanzar
lentamente debido a las dificultades en la coordinación entre sus miembros. Por tanto, el
balance al finalizar el año 2015 mostró que las fuerzas de la coalición habían tenido tanto éxitos
como fracasos. Sin embargo, para el año 2016, los países miembros empezaron a demostrar una
mayor coordinación y una ejecución más efectiva de las operaciones militares, lo que se tradujo
en la recuperación de la mayoría de las ciudades que estaban bajo el control del Estado Islámico
(Al-Bayati, 2017).
Luego de años de enfrentamientos, el 9 de diciembre de 2017, el primer ministro de Irak hizo un
anuncio formal en torno a/sobre la victoria sobre el Estado Islámico, indicando el momento en
que todas las ciudades iraquíes retornaron al control del gobierno central (Hamasaeed & Nada,
2020).
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Los países de la Liga Árabe tomarán medidas para contener al Estado Islámico (07/09/22). Infobae.
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A partir de ese momento, el Estado Islámico autoproclamado dejó de existir como una entidad
territorial operativa, ya que había perdido su espacio geográfico, sus canales de comunicación,
su fuerza militar y sus recursos financieros. Estos elementos eran fundamentales para llevar a
cabo su lema de “permanecer y expandirse” (Cumplido Tercero, 2018).
Conclusiones
La intervención estadounidense en Irak, en 2003, condujo a un país en estado de desorden y
colapso, a pesar de haber logrado derrocar al régimen sunita. El período que le siguió estuvo
caracterizado por la falta de estabilidad institucional y, en gran medida, el sistema de
distribución de cuotas políticas establecido en ese momento se convirtió en un factor
fundamental para los problemas posteriores que se arraigaron en la nueva cotidianidad iraquí.
De igual manera, el gobierno dirigido por el chiíta Nouri al-Maliki exacerbó las tensiones
sectarias al beneficiar únicamente a su comunidad, al tiempo que perseguía, detenía y aislaba a
los sunitas . Esa dinámica, junto con la falta de seguridad, desencadenó niveles alarmantes de
violencia, lo que facilitó la aparición de milicias tribales, grupos insurgentes y organizaciones
terroristas.
Al finalizar 2010, las manifestaciones ligadas a la Primavera Árabe impactaron en la región, en
febrero de 2011, en medio de la agitación causada por este contexto, Irak se convulsionó con
protestas y disturbios que buscaban reformas significativas y una mejora en la calidad de vida.
La situación se complicó aún más cuando, en diciembre de 2011, la Administración Obama
cumplió su promesa de campaña de retirar gradualmente las tropas de Irak, dejando al país en
una situación vulnerable sin fuerzas de seguridad efectivas para proteger su territorio y a sus
ciudadanos. Esto dio lugar a un Irak caracterizado por el caos, la inestabilidad, la falta de
seguridad y una creciente violencia y conflictos internos a partir de 2011. A lo largo del período
de estudio, se pudo observar que la exclusión política y la marginación de ciertos grupos étnicos
y religiosos, en su mayoría de la comunidad sunita, por parte del gobierno central,
contribuyeron al descontento y la polarización en una sociedad que ya estaba fragmentada. Esta
cuestión se reveló como un factor de gran importancia en las debilidades internas del país que
propiciaron el surgimiento del grupo terrorista.
A través del análisis del sistema político de cuotas implementado por Estados Unidos, se puede
deducir que este agravó las tensiones étnicas y religiosas en Irak, convirtiéndose en el factor
determinante de la escalada del conflicto sectario en la nación. Las críticas hacia este sistema
político lo consideran uno de los problemas fundamentales que afectan a la nación, al verlo
como un instrumento utilizado por las élites políticas para dividir a la sociedad y facilitar su
manipulación. De este modo, se originaron debilidades y regiones desprovistas de autoridad en
Irak que fueron explotadas por movimientos insurgentes y grupos terroristas, siendo el Estado
Islámico el actor predominante que capitalizó esta situación.
Las dificultades de carácter político, social y de seguridad dejaron a Irak en una posición
vulnerable y contribuyeron a su identificación como un Estado fallido. En resumen, se demostró
que el proceso de reclutamiento, avance territorial y la posterior toma de control por parte del
grupo Estado Islámico fue el resultante de los desafíos abordados a lo largo de este artículo. Los
diversos vacíos de poder generados debido al sistema político establecido, el sectarismo, la
ausencia de fuerzas de seguridad competentes y la falta de infraestructura y servicios públicos
crearon una situación caótica que fue hábilmente explotada por los grupos oprimidos, lo que
resultó en la rápida formación de las bases desde las cuales el grupo yihadista construyó y
anunció el establecimiento de lo que se denominó como Califato.
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